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Llegada a la Nava del Barco.
El domingo 27
de Enero de 2013, realizamos la ruta Nava del Barco – laguna de la Nava – Alto
del Corral del Diablo. Esta ruta la teníamos introducida en nuestro calendario
de actividades, como una de las invernales de alta montaña para este 2013. Pero
el tiempo quiso que no pudiéramos realizar en su totalidad. Nos amaneció uno de
estos días, que con simplemente mirar el cielo, intuíamos que iba a ser muy
difícil el poder culminarla con éxito. Pero aun así se intento. A la llegada a
la laguna de la Nava, sobre las doce y media, nos empezó a llover, y el viento
que habíamos venido observando en toda la ascensión hacia la laguna, al llegar
a este punto, se desato con una gran fuerza y racheado. Circunstancia por la
cual prácticamente todo el grupo, decidimos volvernos desde la laguna, aunque
todavía un pequeño grupillo de compañeros decidieron intentar subir hasta el
Alto del Corral del Diablo, cosa imposible puesto que al poco de iniciar dicha
ascensión, decidieron volverse. Aun así mereció la pena la caminata. Cosa que
podréis valorar vosotros mismos a través de las instantáneas, que fui tomando
mientras el tiempo lo permitió.
Pero antes de pasar a ello,
déjenme que le cuente algo sobre la historia de estos entornos, y el porqué de
algunos de estos nombres, que rodean el lugar del Corral del Diablo.
Nava del Barco
La Nava del Barco es una
de las localidades más bellas de la comarca. Hace realidad el significado de su
nombre: “Llanura húmeda situada entre montañas”. Esta hermosa tierra tiene una
vinculación a la historia de Castilla y, concretamente, a la de Ávila.
Alfonso I el Batallador
trataba de que no pudiera reinar el Infante Alfonso Ramón, hijo de doña Urraca
y de don Raimundo de Borgoña, custodiado y protegido dentro de las murallas
avilesas. Un adulador le comunicó al monarca aragonés que el infante padecía
una grave enfermedad,
sin que se vislumbrasen
muchas esperanzas de vida.
El Batallador creyó
oportuno, ante esta circunstancia, acelerar la marcha de su ejército y acampar
a un cuarto de legua, al norte de la Ciudad. Despachó enseguida a un emisario
para entrevistarse con el gobernador Blasco Jimeno. Le pedía entrada segura en
el recinto abulense, suponiendo que el rey de Castilla, había fallecido. El
soberano de Aragón ofrecía privilegios, mercedes y exenciones amplias al
Concejo local.
Contestó Blasco a la
misiva afirmando que el rey niño estaba vivo y sano, suplicándole que, en
virtud de lo pactado con la Reina y los prohombres de Castilla, levantase el
campamento militar paraqué volviese la calma a toda la población.
El Batallador, por medio
de su mensajero, le replicó que si le mostraba vivo al infante no molestaría
más a la Ciudad. Se acercaría a sus murallas, a cambio de que le facilitaran
sesenta rehenes como garantía de su integridad personal. Juró que si volvía
sano y salvo al acantonamiento retornarían indemnes los caballeros que se le
entregasen.
Por la puerta que se llamó de la Mala Ventura salieron los rehenes, caballeros ilustres, defensores apasionados de Castilla y León.
Por la puerta que se llamó de la Mala Ventura salieron los rehenes, caballeros ilustres, defensores apasionados de Castilla y León.
El aragonés llegó a la
puerta más inmediata a la catedral-fortaleza, contentándose con que le
mostrasen a su entenado allí mismo o sobre los inmediatos muros. Los abulenses
accedieron a su deseo y presentaron al rey niño entre dos almenas del cimborrio
de la catedral. Uno desde las lanchas del pavimento y otro desde la cima del
ábside se saludaron muy cortésmente; sonaron las trompetas y en el aire se
dibujaron gestos, aparentemente cordiales, que rondaban más la diplomacia que
la sinceridad.
Alfonso el Batallador volvió
al emplazamiento de sus soldados sin querer que nadie le acompañase.
Malhumorado; lleno de ira; crispadas sus manos dio órdenes de que los sesenta
rehenes avileses fueran sacrificados, convirtiéndose en víctimas inocentes de
su rencoroso y cruel desengaño.
Los cuerpos, hechos
pedazos, se arrojaron a calderas de aceite hirviendo, por cuya horrible masacre
aquel campo se conoce desde entonces con el nombre de "Las
Hervencias". A continuación de tan bárbaro proceder, se acordó en una gran
junta celebrada en Ávila retar al rey de Aragón por perjuro, traidor y alevoso.
Se designó para el caso al gobernador Blasco Jimeno, quien acompañado de su
joven sobrino Lope Núñez y de dos hombres de a pie, para calzare la espuela y
cuidar de sus armas, se avistó con el rey al tiempo que sus tropas salían de
Fontiveros en dirección a Zamora. El caballero y adalid Blasco Jimeno le echó
en cara, con toda energía y franqueza, su gravísima acción.
Irritado el rey ordenó que
los ballesteros de su ejército lo matasen. Blasco Jimeno se defendió con
singular bravura, pero hubo de sucumbir a fuerza de lanzadas, vendiendo cara su
vida y dejando a la posteridad el recuerdo de su intrépido valor.
Los tres hijos de este
caballero, progenitor de la ilustre casa de los marqueses de Velada fueron
galardonados por el Rey Alfonso VII con dehesas y territorios serranos. A Galin
Gómez, el menor de sus dos hermanos, le correspondieron los términos y
alrededores de La Nava del Barco. Por eso, la garganta que procede de la
Laguna, atravesando de sur a norte el ámbito municipal, como asimismo una parte
de esta cordillera, llevan el nombre de Galin Gómez.
El angosto cauce de "Los Caballeros" que afluye al Tormes, recuerda al heroico retador, a sus tres hijos y al hecho que tanto se comentó, en el que murieron ciudadanos preclaros como Fernán Salvador, dos de sus descendientes, Alvar Minaya y familiares muy allegados al gobernador abulense.
El angosto cauce de "Los Caballeros" que afluye al Tormes, recuerda al heroico retador, a sus tres hijos y al hecho que tanto se comentó, en el que murieron ciudadanos preclaros como Fernán Salvador, dos de sus descendientes, Alvar Minaya y familiares muy allegados al gobernador abulense.
La Nava, escenario muchas
veces de la estancia y paso de las caravanas caballistas de Galin y de su
familia, presenta hoy una hermosa repoblación arbórea; desde los robles y pinos
que cortan el aire de las laderas, hasta los fresnos y alisos crecidos al borde
de riatillos, donde tras el bocado de hierba moja el hocico la cabra montés.
Este pueblo ha sido
durante años paraíso de producción frutícola. Grandes partidas de manzana
reineta se exportaron a diversos mercados del país. Dos cardenales -Tabera y
Larraona- en él encontraron una paz, un descanso veraniego lejos de las
presiones humanas de la Curia de Roma. La Naturaleza deparó a este terruño
bellezas singulares. En su demarcación se halla la "Cueva de la
Mora", donde se refugió una reina árabe cuando sus hombres conquistaban
esta vertiente de Gredos.
En su término han surgido
las figuras graníticas del "rollo" o de la "pera", del
"caracol" y del "tricornio", captadas infinidades de
veces por la cámara fotográfica del
turista que degusté sus viandas vespertinas en las fuentes de Ceniceros,
Tranquillos y Santa Cruz.
Y una vez concluido con este pequeño
aporte de historia, paso a exponer las fotografías tomadas:
Este hombre
siempre está de buen humor.
Las nubes que
se cernían sobre la sierra,
no presagiaban nada bueno.
Reponiendo
fuerzas en el refugio de Navacasera.
Otra más.
No había
casi nieve.
Despacito pero
avanzando.
Garganta de la
Nava.
Otra cascada.
Panorámica.
Esta angostura
de la Garganta de la Nava,
es uno de los rincones
más gratificante de la
ascensión.
Otra
Panorámica.
Venga,
para arriba.
Alto para
reagruparnos.
Seguimos
esperando.
No se fíen de
su sonrisa.
(Sino, observen su mano diestra).
Impresionante
cascada de hielo.
Otra de la
misma.
Seguimos
con nuestra ascensión.
Muro de la
laguna de la Nava.
El tiempo que
hacía en ella no era muy bueno.
Aun así, había
que reponer fuerzas.
Imagen de
la laguna helada.
La niebla no
nos dejo disfrutar de
las vistas de las numerosas
cascadas de hielo que
circundan
el circo del Corral del Diablo.
Algunos
atrevidos a pesar del mal tiempo
decidieron,
intentar coronar el alto del
Corral del Diablo.
Pero al final
decidieron desistir del empeño,
ya que la meteorología no era nada favorable.
Los vientos racheados eran fortísimos.
El que cuenta
la película, en lo calentito ya del autobús.