Llegada
a Acebo.
El día 28 de
octubre de 2012 realizamos una ruta por la comarca de la Sierra de Gata, en
concreto fue, desde el pueblo de Acebo al de San Martin de Travejo. Dicha ruta
transcurrió por antiguos caminos, y ascendimos al punto más alto de la comarca
que es el pico Jalama (1.487 metros). El itinerario que seguimos fue el
siguiente: saliendo de Acebo, cogimos el
camino, que nos lleva a la presa de Acebo o también conocida por el nombre de
Rivera de Acebo. Desde este punto transitamos por el camino que discurre por el
arroyo de la Jara del Rey, el cual va a unirse con el Camino de Castilla, que
sube desde Acebo al Puerto de Castilla Norte. Desde este último punto,
discurrimos por la cuerda divisoria, que separa la provincia de Cáceres de la
de Salamanca, hasta llegar a la base del
Jalama, desde donde comenzamos la parte más dura de la ruta, que fue el
ascender a la cumbre de Jalama, desde el que descendimos al Puerto de San
Martín, donde cogimos el antiguo camino de Navasfrias, el cual nos llevaría
hasta la localidad de San Martín de Trevejo. Donde daríamos por finalizado el
itinerario. El tiempo nos favoreció, motivo por el que pudimos disfrutar de los
hermosos y agrestes paisajes de por donde discurre la travesía, aunque el
tiempo estuvo un poco fresco, no fue motivo que nos impidiera disfrutar de esta
travesía. Las imágenes que tome a lo largo de la ruta se las mostrare a continuación,
pero antes déjenme que le comente algunas cosas de esta pintoresca comarca.
En
primer lugar les expondré, una crónica sobre el contrabando y contrabandistas
que por esta zona se dieron en abundancia. La cual cuenta lo siguiente:
“¡Colchas!,
¡Tolhas de mesa!, ¡Teciados!, ¡Sábanas! Así solía despertar la valverdeña tía
Cadiada a los vecinos de Acebo el tercer sábado de mes. Con una cesta a la
cintura y otra encima de la cabeza donde portaba el género que ofrecía a las
amas de casa y a las mozas casaderas; recorría, la pobre mujer, la nada
desdeñable distancia desde Valverde del Fresno hasta Acebo durante varios días;
haciendo pequeñas escalas en los pueblos de San Martín de Trevejo, Villamiel y
Hoyos, antes de llegar a su destino final.
Anastasia solía esperar
impaciente su llegada y más este mes que había conseguido una buena cantidad de
mineral en una de las minas del arroyo Jocino. Su esfuerzo le había costado, y
varias noches en vela; ya que su hermano y ella se habían desplazado hasta esa
mina por la noche y siempre después de finalizadas su tareas en el campo. La
explotación minera pertenecía a un vecino de Acebo y ellos acudían a la luz de
la luna al rebusco o a explotar alguna veta de mineral olvidada sin que el
dueño de la misma se enterase.
La última parada de la tía
Cadiada en Acebo siempre la hacía a la altura del Crucero del Cristo, enfrente
de la Ermita del Cordero Bendito. Allí, sobre los pequeños peldaños del Crucero
exponía sus artículos y de inmediato se veía rodeada por un séquito de féminas
a las que se les iluminaban los ojos al contemplar las telas que esta mujer
solía conseguir en los pueblos limítrofes de Portugal.
Anastasia en cuanto escuchó los
gritos y el revuelo en el barrio del Cristo, se dirigió a la alacena de su
cocina y cogió el mineral que había envuelto el día anterior en un trapo viejo.
Salió de la casa con sus dos kilos aproximados de wolframio y en menos de dos
minutos se encontraba entre el bullicio que la presencia de la tía Cadiada
solía levantar en esta barriada acebana. Este rincón apartado de este pueblo
era de los más rentables para esta pequeña mujer valverdeña; pues muchas de las
mujeres que allí vivían solían hacer lo mismo que Anastasia, ir al rebusco del
mineral para luego canjearlo por algún artículo del que se enamorasen.
- ¡Bom día! –Saludó la tía
Cadiada a la joven Anastasia con su tradicional expresión luso-extremeña.
- ¡Buenos días! –le respondió la
joven. ¿Qué cosas guapas nos traes esta semana?, ¿Te acordaste de la colcha que
te encargué la semana pasada?
- Claro que sí moza, mira aquí la
tienes. Y alargándosela con su mano se la entregó a la joven, que enseguida
procedió a analizar con las yemas de sus dedos la tela y con la uña de su
pulgar el estampado de la colcha.
- ¿Cuánto pides por ella?
- ¿Qué tienes para ofrecerme a
cambio? –respondió ágilmente la tía Cadiada.
- Mira aquí tengo unos dos kilos
de mineral que yo creo que es lo que vale esta colcha. Esta vez Anastasia no se
paró a regatear; ansiaba la colcha que era la última prenda que le hacía falta
para su ajuar.
- Es mu poquino moza –le
respondió la hábil comerciante valverdeña. Es una colcha muy buena algo más me
tendrías que dar, sabes que lo vale y además sabes que el precio del mineral
cada vez está más bajo.
- ¡Vamos mujer! –le respondió una
indignada joven. Con todo lo que te he comprado hasta ahora no me vas a dar la
colcha por el mineral que te he traído, después del trabajo que me ha costado.
Y haciendo ademán de irse amagó con recoger la tela que envolvía el mineral.
- ¡Espera! –Le espetó la
valverdeña. Venga qué le vamos a hacer unas veces se gana y otras se pierde; ya
que he venido hasta aquí cargada con la colcha no me voy a ir otra vez con
ella, quédatela y si eso el mes que viene me traes un poquito más de mineral y
en paz.
Una pletórica Anastasia cogió la
colcha y despidiéndose de la tía Cadiada regresó rápidamente a su casa para ver
cómo quedaba la colcha encima de una de las camas de su hogar. Por fin
Anastasia había conseguido uno de sus mayores deseos, completar el ajuar para
su futura boda.”
El siguiente relato, está basado
en el libro de Dº Manuel Sousa Bustillo "Jalama y su Comarca", y lleva por título
la Leyenda de las Cabras de la Cervigona. Dice así:
“Antonio y
Timoteo llevaban un par de horas andando desde que salieron de Acebo; atrás
habían dejado el Pozo del Tío Borracho y el Regato Pedrero en un día que
prometía ser de los más calurosos de un tórrido verano. A su llegada a las
Fegas decidieron hacer un receso debajo de una imponente higuera que se
encontraba a los pies del prado de la Monja; bajo su sombra se sentaron sobre
dos magníficas piedras a la vez que sacaban de sus zurrones un trozo de pan y de
tocino que les servirían de almuerzo.
Antonio le ofreció su bota de
vino a Timoteo después de haber bebido un buen trago. Mientras Timoteo alargaba
su brazo para cogerla Antonio le preguntó:
--¿Sabes que significa Cervigona?
-No -respondió desinteresadamente
Timoteo.
--Pues Cervigona significa
refugio del ciervo; ya que la palabra viene del latín cervy, que significa
ciervo, y del italiano gonna, que significa abrigo o refugio.
-Pues muy bien -fue toda la
respuesta que le dio Timoteo a Antonio y que reflejaba el desinterés de éste
por los asuntos culturales.
Transcurrida una media hora
reanudaron su marcha por intrincadas veredas, y caminos angostos, que
serpenteaban las laderas de un monte pizarroso; a la vez que cruzaban una y mil
veces el cauce de un río de aguas cristalinas. Al cabo de un buen rato llegaron
a un imponente desfiladero conocido por el nombre de la librería; ya que la
colocación caprichosa de las grandes lajas de pizarra simulaban los cantos de
los libros de una inmensa y majestuosa librería. Fue en ese sitio donde Timoteo
y Antonio decidieron preparar sus escopetas de caza con las que pretendían
matar a unas diez o doce cabras salvajes que habitaban entre los acantilados de
ese gran salto de agua que se conocía por el nombre de La Cervigona.
-Es curioso el origen es estas
cabras, ¿Verdad?- Preguntó esta vez Timoteo a un concentrado Antonio.
-Realmente curioso –respondió
Antonio. Es increíble que una cabra preñada se le pierda entre estos riscos a
un pastor, y que éste no sea capaz de localizarla, y que con el paso del tiempo
esa cabra para un macho y una hembra, y que transcurridos varios años se hayan
reproducido entre ellas y hayan dado lugar a las diez o doce cabras actuales
que nos han asegurado los pastores del pueblo que existen aquí.
-Pues sí, yo todavía no doy
crédito –contestó un circunspecto Timoteo. Espero que no sea una broma de los
del pueblo porque si no la vamos a tener.
Antonio se levantó y con un gesto
le indicó a Timoteo que reanudaban la marcha. Cuando llegaron a los pies de la
catarata de agua iniciaron una lenta escalada sobre un terreno inestable y
peligroso. A medio camino de su ascenso Antonio localizó a la primera cabra y
con una señal de su mano se la enseñó a Timoteo, quien le respondió con una
inmensa sonrisa. Al poco rato los cazadores comenzaron a disparar sus escopetas
mientras las cabras caían abatidas una tras otra. Una vez cazados los doce
ejemplares de los que habían hablado los pastores del pueblo, Timoteo y
Antonio, las fueron sacando con una cuerda. Por medio de ésta las fueron izando
a una zona en la que les esperaban unos vecinos de la población de Acebo con
unas caballerías con las que las transportarían hasta ese pueblo. Al final de
la dura jornada Antonio y Timoteo se encontraban exultantes entre los vecinos
de esa población, quienes los consideraban unos héroes por la gesta que habían
realizado ese día y que ninguno se había atrevido a llevar a cabo.”
Este otro relato se dio en
Acebo, donde todo un pueblo se vio puesto en entredicho por culpa de dos vecinos
de dicha localidad. Este expediente es el que remitió el tribunal de Llerena
con carta de 19 de enero de 1791, sobre la superstición de ofrecer cuernos
yendo en romería a San Cornelio que está en distrito de Portugal para sanar de
cuartanas (paludismo).
En 20 de febrero de 1790 el comisario de Coria D. Juan Cid Salgado envió
informe al tribunal diciendo que “en el lugar del Acebo y sus cercanías era
cosa muy sabida de esta superstición. Se libró comisión para que se averiguase,
y habiendo el Señor comisario de Acebo examinado cinco testigos entre ellos el
cura, sacristán y cirujano, contestan: en que muchos acuden a dicho santo unos
porque ofrecen cuando están enfermos, y otros encontrándose con la misma
enfermedad. Que les es preciso llevar un cuerno, y ha de ser el primero que
hallaren, y en llegando al santo lo dejen junto a él, y que es grande la
porción que hay junto al santo de estos elementos. Dicha imagen está sin ermita
y maltratado por las inclemencias, distante ocho leguas poco más o menos del
dicho lugar del Acebo. Que asimismo está creída la gente en ser remedio eficaz
para curar las calenturas de cuartana. Añade el cuarto testigo, que le parecen
han hecho estas romerías en buena fe y sin pensar hubiese en ello
superstición”.
Los testigos citados anteriormente declararon que Juana Rodríguez y su hijo
Ambrosio Calero fueron los que promovieron ese popular acto. El tribunal
prohibió dicha romería a través de edictos que fueron dados a conocer por toda
la comarca amenazando con graves penas a los infractores. El caso es que la
Iglesia, en atención a la gran fe de los fieles, montaría poco después su
particular negocio entorno a la cueva del santo vendiendo pequeños cuernos,
conocidos como cuernecillos de San Cornelio, que los fieles colgaban al cuello
para sanar de las temidas cuartanas que por aquel entonces se creían debidas a
un mal de ojo.
Y para terminar con
las curiosidades de esta zona, les mostrare como describe un habitante de la
localidad de San Martín de Trevejo la matanza del cochino, dice así:
A MATANZA
MAÑEGA
Se agarra o
cochino de a
cortella y
se leba pa porta
y ali o
agarran con o ganchu
y logu le
clavan o cotelo pa
sacali a
sangri y asangri se
lod y mais
tardi le sacan
as tripas y
seban a labar o riu
y astripas
se lavan con una varilla
y cuando as laban
fan as trenzas
y se ban a
cayã a coder as tripas
y con as
tripas se fai chanfaina
y con iso
comin os dias de a matanza
y tamen fan
sopa ae sangry.
O prosimu
dia desbaratan
o cochinu y
logu le saca mos a balbela
y careta y
aspatas y as orellas.
Y logu
partin acarni con un
cutela y
logu a pican con
a maquina
a carni de
os churizos se aparta
pa un laun y
a das murcelas
pa otru e le
eitan o pimenton
picanti y o
dulcil. Se pican os
allos y
seguiyã to yũntu y
cuandu esta
guyãu se fan os
chorizos y
as murcelas y logu se
corgan en
otechu y se saca o jamon
y se reboza
en sal gorda y o
tuiziñu y a
marrano ta men se reboza
en sal. Y asi
se fai a matanza mañega.
del río de Acebo.
Antigua vivienda rehabilitada junto al río.
Al fondo el Pico Jalama (1.487 metros).
Panorámica del Teso Porras (1.030 metros).
Caminando.
Alto para reagruparnos.
Cartel informativo.
Llegando a la presa de Acebo.
Presa de Acebo.
Viene de inspeccionar.
Otra
panorámica de la presa,
y al fondo la Cervigona.
la senda del Puerto de Castilla Norte.
Por ella transitamos.
Panorámica del Puerto.
Reponiendo fuerzas.
Otra más.
Los menudos del grupo, que aguantan
más que los adultos.
Nuestro próximo objetivo:
él Pico Jalama al fondo.
De fondo una gran antena, en el
Cerro de la Pizarra (1.019 metros).
Antigua caseta de Guardas,
con el escudo del I.C.O.N.A.
Esperando la llegada del resto del grupo.
En los primeros tramos del inicio
de la ascensión a Jalama.
Panorámica
de otro de los trechos.
de incendios.
Vista de los pueblos de Salamanca.
El tiempo estaba fresco.
Pinos que ocultan al Pozo de la Nieve.
Pozo de la Nieve.
Algunos llegando a la cumbre.
Conseguido.
Foto del Grupo, en lo alto de Jalama.
Descanso en el descenso.
Bosque
de castaños.
Llegando a los centenarios castaños.
Antón junto a ellos.
Tomando una cerveza en la plaza
de San Martín de
Trevejo.
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