En la plataforma de Gredos, preparándonos.
ACAMPADA DE LA LUNA LLENA 26 y 27 DE JULIO DE 2014
Como ya es tradición, los días 26
y 27 de julio de 2014 volvimos hacer la tradicional acampada en Gredos de la
“Luna Nueva”, cada año que pasa mayor es el número de participantes. La de este
año ha sido muy numerosa. Todos no lo hemos pasado de maravilla, esperando de
nuevo que llegue la del año que viene. Dentro de los que nos reunimos hicimos
diferentes rutas, la nuestra en concreto fue ascender a la Galana, por la canal
de los Geógrafos, y regresando por la canal de Isabel. Estos son algunos de los
momentos por los que pasamos y que quede recogido en las siguientes imágenes.
Pero antes de mostrárselos les contare un interesante cuento del entorno de
Gredos, que está recogida por Daniel Peces Ayuso y lleva por título Cuento de
la Asaura, Ura, Ura, Ura. Y dice lo siguiente:
CUENTO DE LA ASAURA, URA, URA, URA.
Esta era una señora muy pobre, muy pobre, muy pobre.
Que no tenía ni para comprarse un peine
de raspas de cachuelos. Vivía en una casita hecha con maderas y ladrillos que
ella misma había hecho con barro y paja secados por el sol sin cocer. Era tan
pobre, tan pobre, tan pobre que raro era el día que cenaba si había comido o
comía si había cenado, la noche
anterior. Vivía a las afueras del pueblo cerca de la carretera por donde solían
pasar los ganados y los carros, con una
hija única que había tenido de moza. Su marido había muerto en una guerra y
dejándolas en la más terrible de las miserias. El poco dinero que sacaba lo
conseguía jalbegando las casas de los
mas riquillos, o trabajando en peonadas temporales, como la aceituna, o recogiendo leña del monte para
las tahonas del pueblo, entre otras cosillas. Un día de
Navidad dijo la pobre viuda a su hijita sacando unas monedas de su
faltriquera.
-
Mira hija toma estas perrillas y ves a en ca del
Tío Doro el carnicero a que té de una asaura, para cenar esta noche que es
Navidad. Pero ten cuidado no las vallas a perder, que es el único dinero que
tengo y si lo pierdes no podremos cenar nada. Y nada que llevarnos a la boca.
La niña cogió el dinerillo, lo metió en el bolso del
mandil y salió de su casa en dirección
al pueblo, donde estaba la carnicería del tío Doro. Pero al pasar por una
plaza, la niña se encontró a unas amiguitas que estaban jugando a saltar a la
comba y pensó, que podía entretenerse un
ratito, jugando con sus amiguitas. Se acerco a ellas y las pregunto.
-
¿Qué hacéis?
Y ellas
respondieron.
-
Estamos jugando a la comba.
-
Puedo jugar, con
vosotras. Pregunto.
-
Si, si te la quedas
Y se puso a jugar. No tardo en quedársela otra niña y
así paso un buen rato jugando y saltando a la comba. Se lo estaba pasando muy
bien, pero de repente se acordó del encargo que le había hecho su madre.
-
Uy que tarde es, me tengo que ir, que mi madre me ha mandado
un recado y si no me doy prisa me van a cerrar la carnicería. Adiós, adiós.
Y la niña echó a correr la calle arriba. Cuando llego
a la carnicería el tío Doro el buen carnicero
estaba guardando el género en la bodega y por los pelos que no había
cerrado la carnicería. Cuando vio llegar a la niña la pregunto con cariño.
-
¿Qué querrías bonita.
Y ella que
venía corriendo se echó mano al bolsillito del delantal y se quedo blanca. La
sangre se la paro en las venas y en el corazón y no supo decir ni una palabra.
Busco y rebusco en el bolsillo del mandil y en el otro bolsillo también por si
acaso. Pero nada que las perras que la había dado su madre para comprar la
asadura no aparecían por ningún
lado. Las había perdido saltando a la
comba.
Sin decir ni
pío, abrió la puerta de la carnicería y echó a correr calle abajo como una
loca. Al llegar a la plaza donde había
jugado con sus amiguitas, empezó a buscar el dinero por todas partes. Pero nada
que no veía el dinero ni choncho ni crudo. Las otras niñas ya no jugaban a la
comba, porque era la hora del abriquecer y se habían ido a sus casas cuando sus
madres desde las ventanas y balcones las empezaron a llamar. Entonces la pobre
niña fue casa por casa a ver si alguna de sus amiguitas se había encontrado el
dinero que ella había perdido saltando a la comba. Pero nada, que ninguna de
las niñas había visto las perras por el suelo. Y es que en la plaza jugaban
muchos niños y más aquella tarde que como era Navidad la plaza estaba llena de
mocitos y mozas, unos jugando a churro-mediamanga-mangaentera, otros a
hínchatesapo y los más mayores a los alfileres, la calva y el mocho.
-
Si no me hubiese
entretenido jugando en la plaza, seguro que ahora tendría el mi
dinerillo en el bolsillo y podría comprar la asaura que mi madre me había
encargado.
Pensaba gimoteando y sorbiendo los mocos que le caían
de las narices, como las lágrimas de sus ojos… Se sentó a orillas de una fuente
y se puso a llorar desconsoladamente.
-
¿Qué la voy a decir yo
ahora a mi madre, si la culpa ha sido mía? Y he perdido el dinero por
desobediente. Mira que mi madre me había dicho que tuviera cuidado y ahora que voy a hacer.
La niña llora que te llora y como era invierno pronto
la tarde empezó a caer llegando las sombras de la noche. Y estando en estas se
la vino una horrible idea a la cabeza.
Se acordó de que aquella mañana, habían enterrado a un mendigo que
había muerto arrecio la noche anterior.
Y sin pensarlo dos veces se dijo.
-
Ya sé lo que voy a
hacer, iré al cementerio y desenterrare
al mendigo, le abriré las tripas y le sacare las asauras.
Pero necesitaba un cuchillo, así que fue corriendo
otra vez a la carnicería que ya estaba cerrada, pero como el tío Doro vivía
encima llamo a la puerta y salió su mujer.
-
Que quieres bonita, no son horas de que andes por la calle.
A lo que la niña respondió.
- Ya lo sé
seña fulana, pero es que nos han regalado un pollo y mi madre me ha mandado a
que la pida un cuchillo para matarlo, que mañana mismo se lo devuelvo.
Y como todos querían mucho a la pobre mujer y a su
hijita la dijo.
-
Espera un poco aquí, que
ahora mismo te lo dejo.
Subió por las escaleras del zaguán y al ratito bajo un
gran cuchillo de acero envuelto en un trapo.
-
Toma y no lo vallas a
desliar a ver si te vas a cortar, que este cuchillo corta hasta los huesos y no
tengas prisas en traérmelo que mañana no lo necesito.
-
Muchas gracias señora y
descuide que no me cortaré ni lo perderé.
Salió corriendo como un demonio, escondió el cuchillo
entre la toquilla de lana que la cubría del frío y salió del pueblo como en
dirección a su casa. Pero al llegar a los corrales del arrabal, se dio la
vuelta y fue derecha al cementerio. Ya era casi de noche y nadie la había
visto, además, como era Navidad todos los vecinos estaban en sus casas
preparando la cena. Al llegar al Campo Santo arrimo un tronco a la tapia subió
por el dio un salto y entro en el cementerio. Pronto encontró la sepultura del
pobre mendigo. Por el color de la tierra
fresca recién movida. Se hincó de hinojos y empezó a quitar la tierra
con sus propias manos. Ya que todo el mundo sabe que cuando moría un pobre, no
se tomaban muchas molestias a la hora de darle tierra al cuerpo. Así que no
tardo mucho en desenterrar el cadáver.
Una vez fuera de la tierra el cuerpo del mendigo, sacó
el cuchillo y de un solo tajo le abrió
las tripas y le saco las asauras, que envolvió en uno de los trapos con los que
la mujer del carnicero había envuelto el cuchillo y volvió a enterrar el cuerpo
del pobre mendigo. Sin perder ni un minuto salió zumbando del Campo Santo. Pero
con las prisas y el miedo a ser descubierta no se dio cuenta de que se había
dejado el cuchillo dentro de las tripas del pobre mendigo. Al llegar a su casa
su madre muy disgustada, la echó una
buena regañina.
-
Pero se puede saber
¿dónde te has metido? He salido a buscarte dos veces.
A lo que la niña contestó.
-
Es que me entretuve
jugando con mis amiguitas en la plaza.
Pero como era Navidad la madre no la quiso regañar
mucho. Entonces la pregunto.
-
Haber ¿donde está la
asaura que te encargue?
-
Mira aquí la traigo
madre liadita entre estos trapos.
Cuando la desenvolvió su pobre madre dijo.
-
Hay que ver que buen
color tiene y que hermosas son. Se nota que el tío Doro ha matado hoy mismo
esta res y por el tamaño de esta asaura por los menos
es de
un ternero.
-
Si, si es de un buen ternero. Decía la
niña.
-
Anda, dijo la madre a la
hija. Ve a lavarte las manos mientras yo
avío la cena.
Para cuando la niña había terminado de asearse, la
madre ya había preparado un jugoso plato de asaura guisada, con pimientos,
cebollas, ajitos y patatas en caldereta que la habían dado en el pueblo, unas
vecinas para que hiciera la cena de Navidad. Y ya se sentaron a la mesa y antes
de cenar dieron gracias a Dios por los
alimentos que iban comer. Pero justo cuando iban a decir amén, el candil se
apagó de repente, quedándose las dos a
obscuras. La niña se llevó un susto de muerte y lanzo un grito. Pero la madre
no tardo en prender una tea de pino soplando los rescoldos de la chimenea, con
la que encendió otra vez la torcía del pobre candil, que iluminaba la mesa.
-
No te asustes hijita
esto ha sido cosa del aire, anda y ve a ver si esta la puerta cerrada.
La niña estaba aterrorizada pero hizo lo que su madre
la había mandado. Cuando la niña bajo al zaguán a ver si la puerta de la calle
estaba cerrada, lanzó otro grito. Pero esta vez se la helo la sangre, pues
clavado en la jamba de madera de la puerta, estaba el cuchillo con el que había
sacado las asauras del mendigo. Lo cogió y lo escondió en tinaja de la cal
antes de que su madre bajara. Pero como había dado un grito de espanto, su
madre asustada bajó corriendo a ver que la pasaba a su hijita. Al ver la puerta
abierta de un fuerte portazo la cerró atrancándola con la pesada viga de nogal.
-
¿Qué pasa hija mía, por
qué has gritado de ese modo? Pregunto la madre.
-
Hay madre mía es que un
gato ha pasado entre mis piernas y me ha dado un susto de muerte.
Dijo la niña, mintiendo por segunda vez a su pobre
madre.
-
Anda vamos para
arriba que se nos va a quedar fría la
cena y mañana no sé si tendremos de comer, ya sabes el dicho más vale pájaro en
mano que ciento volando.
Así que subieron madre e hija para arriba y cenaron
bien cenadas. Sin dejar nada de las asauras del mendigo muerto aquella misma
mañana. Cuando terminaron dijo la madre.
-
Anda vamos a la cama que
mañana seguro que si vamos a misa, alguna buena vecina nos dará para que
comamos y es mejor estar descansadas.
Y se fueron las dos para la cama. Se acostaron como
costumbre tenían cada una en su alcoba. Pero justo cuando a la niña la iba
venciendo el sueño, de pronto sintió un ruido que venía de la puerta de la
calle. La madre no escuchaba nada porque estaba dormida como un cesto. Pero la
niña escucho con toda claridad como la
pesada tranca que atrancaba la puerta caía al suelo con un
golpe seco y como una voz de ultratumba decía.
-
A asaura, ura, ura, ura,
me huele a mi sepultura.
-
Madre, madre que alguien
se ha colao en la casa…
Grito la niña. La madre asustada acudió a la alcoba
donde dormía la niña y con un gran susto la pregunto que la pasaba.
-
La puerta, madre la
puerta que se ha caído la tranca.
La madre la arropó y la dijo.
-
Anda y duérmete ya de
una vez quien va a venir a robar a la casa de un pobre. Calla y duérmete ya que
es muy tarde y mañana tenemos que madrugar para salir a pedir un poco de
caridad…
-
Pero madre, decía la
niña muy asustada, ¿es que usted no ha
oído nada de nada?
-
¿Y qué voy a oír? Anda y
calla que ese ruido será cosa del viento, que azota el tejado y las
ventanas. Metete en la cama y duérmete
ya que no es nada.
La niña se metió debajo de la ropa de la cama, tapándose de la cabeza a los pies e intento
dormirse. Y justo cuando se le había pasado el susto, sintió un fuerte ruido en
el zaguán. Era el mismo sonido que hacen los zapatos al arrastrarse por el
suelo en dirección a las escaleras que
daban acceso al piso de arriba, donde ella dormía o al menos eso intentaba.
Volviendo a escuchar esa voz de ultratumba que decía.
-
A asaura, ura, ura, ura
me huele a mi sepultura.
La niña se quedo helada sin poder apenas respirar,
paralizada por el miedo .Volvió a gritar llamando a su madre.
-
Madre, madre que viene,
que viene por mí.
La madre que estaba profundamente dormida y nada había
oído. La grito desde su cama un poco cansada ya por tantos sobresaltos.
-
Anda y cállate ya ¿qué voy a escuchar? Yo no oigo nada. Será
el viento que resopla por el tejado y las ventanas. Anda duérmete ya y calla
que no es nada, pesada.
-
Pero madre de verdad que
usted no ha oído nada de nada.
-
Que no hija mía, que no
he oído nada, de nada. Duérmete y calla, vaya nochecita toledana, que me estás dando hoy.
Pero las pisadas seguían avanzando por los trancos de
las escaleras, una a una y en cada escalón la voz de ultratumba repetía una y mil veces.
- A asaura,
ura, ura, ura, me huele a mi sepultura.
La niña de pronto vio la sombra del difunto vagabundo
al que había sacado las asaduras que
habían servido de cena aquella Navidad. Y por si fuera poco cada
segundo sentía más y más cerca de su
alcoba las pisadas y escuchaba más claro y con mayor fuerza aquello de
- A asaura,
ura, ura, ura me huele a mi sepultura.
Incluso podía escuchar la respiración profunda y
quejosa a la puerta misma de su alcoba. Saco la cabeza de entre las mantas y su
corazón se quedó frío como la escarcha en los juncos de la orilla del cauce en
el invierno. Los ojos se le salían de las órbitas y el cuerpo se le paralizo.
Quería gritar llamando a su madre, pero no podía. Quiso salir corriendo hacía
donde su madre dormía. Pero Las piernas no la respondían dejándola muda e inmóvil, tendida sobre su camastro, como un ratón al que muerde
una víbora. Luego un profundo y siniestro silencio inundo todo en la noche fría
de aquella Navidad, hasta que llegaron las primeras luces de la clara del día.
A primera hora antes de que saliera el sol tras la
montaña, la madre se levantó primero y calentó un poco de agua después de
avivar la lumbre con la que prepararía un poco de poleo. Saco unos currùscos de
pan duro que puso sobre la trébede para tostarlo y los roció con unas gotas de
aceite, que la quedaba en la alcuza.
Luego la buena mujer llamó a su hijita que estaba arriba en la alcoba.
-
Vamos, vamos
levanta perezosa, tanto desvelo por la
noche que ahora no hay quien te haga salir del nido. Pero quieres bajar a
desayunar de una vez perezosa
Como la niña no bajaba ni salía de su alcoba la madre
fue a despertarla y al llegar y
destaparla dio un grito tremendo, que hizo temblar los cimientos de la casa.
-
Mi hija, socorro mi
hijita, que me la han matado.
Aquella mañana en la cama donde la niña dormía, había
un gran charco de sangre que lo cubría
todo. En medio del gran charco de sangre muerta yacía la niña, con las tripas
al aire y sin las asaduras. Pronto acudieron todos los vecinos que escucharon
el lamento de la pobre y desesperada madre. Nadie sabía ni se explicaba quién
pudo haber asesinado tan horriblemente a su pobre niña. Enterrándola aquella
misma mañana al lado del mendigo, y al ir a cavar la fosa para darle sepultura,
apareció el gran cuchillo de acero que cortaba hasta los huesos. Lo que causo
un gran revuelo. Un vecino reconoció el cuchillo y fueron a llamar al tío Doro
el carnicero. Algunos pensaron que había sido él el asesino. Pero el ama del
cura salió al paso de los comentarios, ya que ella misma había sido testigo de
cómo la niña había ido a pedírselo a su mujer el día anterior, con la excusa de
que su madre tenía que matar un pollo... Cosa que como dijo el ama del cura la
extraño mucho por ser una familia tan pobre y como decía la buena mujer, de
donde iban a sacar un pollo, si no tenían ni para comprar una sartén. Lo cierto
es que la niña murió aquella noche y sus
asaduras nunca más volvieron a aparecer.
Moraleja. Del cementerio, ni miel de abeja.
Comenzamos a andar.
Todas contentas.
El resto de la tropa.
Una de “Culos”.
Esta es Elena con su sombrero rosa.
Otra del grupo.
Ya se divisan las cumbres del Circo de Gredos.
Otra más.
Elena.
Elena y Yo.
Descendiendo los Barrerones.
Otra
más.
De noche ya en la Laguna Grande de Gredos.
Gilberto en familia.
Cenando.
Amaneciendo en Gredos.
Otra más.
Elena
con algo de frio.
A asearse tocan.
No quería salir.
Camino de la Galana, nuestro objetivo.
Panorámica, con el Ameal de Pablo a la izquierda.
Jorge.
Otra más.
La canal de los Geógrafos.
Ascendiendo por ella.
Julio
Cesar.
Paco.
Al fresco del nevero.
La
canal del Venteadero de la Galana.
Grupo de machos pastando.
Cumbre de la Galana.
El amigo Juanjo en el paso
de la canal de la
Muesca.
A la derecha el Ameal de Pablo.
Jorge, con José Antonio y David
en la cima de la
Galana.
Descendiendo
de la Galana hacia el Venteadero.
Juanjo.
Jorge.
Panorámica del Almanzor.
Descendiendo
por la canal de Isabel II.
Metidos en ella.
Otra más.
Un amigo.
Bonito paso en la canal.
Hay que trepar.
Otra más
Elena y Jorge en el charco Esmeralda.
En familia.
Otra más, esta sin el “Pollo Chico”.
Por
este color le viene el nombre del Charco Esmeralda.
Un
valiente.
“Pa vernos matao”.
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