Llegada a Guijo de Santa Bárbara.
El 12 de febrero de 2012,
realizamos la ruta de la ermita de Nuestra Señora de las Nieves y los
Campanarios, la cual discurre por las tierras del término municipal del pueblo
de Guijo de Santa Bárbara. El recorrido de esta transcurre por los agrestes parajes
de las sierras donde se enclava el pueblo del Guijo de Sana Barbará, cosa que
acrecenta el placer de caminar, puesto que ante la grandeza de estas sierras el
caminante se reconforta. Decirles que el grupo que la realizamos pasamos un
bonito día, disfrutando tanto del entorno como de la compañía. Para muestra de
lo que les digo, les acompaño una serie de fotografías que fui tomando a lo
largo del recorrido. Pero antes déjenme que les cuente una tradición que se
celebra no muy lejos de donde nos encontramos, esta se celebra y se lleva a
efecto en el vecino pueblo de Jarandilla, el cual se encuentra prácticamente al
lado del de Guijo de Santa Bárbara. Esta
tradición es la de:
Los escobazos de Jarandilla de la Vera.
Jarandilla,
villa enclavada en el corazón de la Comarca de la Vera, es un autentico
paraíso. Valles gargantas, desde casi siempre habitados por bastantes gentes
que, bien fuera por su clima, por sus pastos o, quizá, por encontrar en estos
lugares un refugio seguro, bajo y entre las montañas, decidieron establecerse
en tan fértiles parajes.
Muestra
de ello hay, y aún son visibles, precisas y abundantes: a muy poco que el
visitante así lo quiera encontrara muy cerca restos de asentamientos celtíberos
como los de la Cueva de Capichuelas o residuos de muy primitivos alfares y
algunos castros celtas. Y en el centro del vergel de la Vera y el Tiétar, entre
gargantas de agua, piscinas naturales, bosques de castaños, robledales y
paisajes naturales de inusitada belleza que reafirman la riqueza de su entorno
histórico y monumental, podrán admirar el Castillo-Palacio de los Condes de
Oropesa que durante meses fue morada de un ilustre huésped: el Emperador Carlos
V. y de los romanos, casi lo que se quiera. Es posible admirar numerosos
puentes y calzadas romanas que en su mayoría, sorprendentemente, ha resistido
el paso del tiempo. Jarandilla fue, además, fortaleza que los árabes quisieron
recuperar y reconstruir durante su dilatada invasión. Por cierto, el ocupante
dejó aquí más de lo que se llevó: tecnologías agrícolas, técnicas de cultivos
con la introducción de los frutales y otras ciencias y artes relacionadas con
la medicina, con la construcción o con la música… Por dejar, dejaron hasta el
propio nombre de la ciudad: Xarandilla, tal cual ellos la bautizaron.
A
partir de entonces la historia de Jarandilla trascurriría mucho más rápida pero
mucho más intensa. Cada uno de los pueblos siempre conquistadores y a menudo
vecinos, dejaron muchas y muy valiosas muestras de su paso, de sus costumbres,
de sus culturas, de sus religiones… Memorias
que han aún se conservan retenidas en las pupilas de los jarandillanos,
hábiles agricultores, famosos por sus cultivos de tabaco y, por supuesto, por
los de su pimentón, condimento exquisito e ingrediente fundamental de la
gastronomía regional y nacional, que perfuma el ambiente de este pueblo único.
Es
precisamente en medio de esta armonía de sucesión de paisajes que, justo cuando
diciembre empieza a despertarse, se vive una de las festividades más peculiares
de cuantas se celebran en Extremadura: los Escobazos de la Inmaculada Concepción.
Una fiesta que es sinónimo de fuego, vino, tradición y cultura ancestral.
La
costumbre manda en Jarandilla de la Vera, pero certeza no es precisamente el
vocablo para definir el conocimiento que se tiene sobre el origen de esta fiesta,
la versión más extendida sostiene que el secular festejo se remonta al siglo
VII. Cuentan los Jatrandillanos que en las vísperas de la celebración del día
de la Inmaculada Concepción, los cabreros, que durante días, incluso semanas,
permanecían alejados del pueblo junto con sus rebaños, acampando en lo más
profundo de las montañas de Gredos, descendían rumbo al pueblo buscando el
reencuentro con la familia y los amigos para homenajear juntos a la capitana
del catolicismo.
En
su rodar sierra abajo, los pastores iluminaban el tortuoso camino con grandes
antorchas de ramas secas. Cuando llegaban a la villa, eran recibidos
efusivamente en las calles. Se cree que en la exaltación del reencuentro, los
vecinos manifestaban su alegría dándose golpes entre ellos con las teas
encendidas: una práctica que poco a poco fue convirtiéndose en una costumbre
atávica que al estar vinculada a la figura de la Inmaculada Concepción, se
inmortalizó en el tiempo como una fiesta entre pagana y religiosa.
Cada
7 de diciembre, víspera de la celebración del dogma de la Inmaculada Concepción,
y sin importar cuál fue el origen primigenio de la festividad, en Jarandilla
fluye la emoción tal cual fluyen bajo sus antiguos puentes las gargantas de
Jaranda y Jarandilleja.
Cuando
el reloj marca las cuatro de la tarde, el mayordomo de la fiesta se acerca a la
puerta de la Parroquia de Nuestra Señora de la Torre, a recoger el estandarte
azul celeste de la Inmaculada Concepción. Sin más música que la que emana de un
tamboril y una flauta de madera, y acompañado por familiares y amigos, este
recorre las estrechas calles del pueblo, gritando a voz en cuello ¡Qué viva la
Inmaculada Concepción!, mientras el resto de la comitiva entona la canción
popular de los Escobazos…
¡Virgen
de la Concepción, mañana será tu día!
Y subirás a los cielos, !Quien fuera en tu compañía!
Ardía la zarza, y la zarza ardía.
Y subirás a los cielos, !Quien fuera en tu compañía!
Ardía la zarza, y la zarza ardía.
Y
no se quemaba la Virgen María. Ardía la zarza, y la zarza ardió. La Virgen
María
doncella y parió.
¿Cómo
pudo se?, ¿Cómo pudo ser? Aquel que lo hizo, bien lo supo hacer.
Las raíces de
este festejo se reavivan cuando cae la tarde igual que se reaviva el fuego que
hace arder los escobones en medio de esa fría noche de diciembre. En torno a la
siete de la tarde, todos los vecinos de Jarandilla especialmente los jóvenes
inundan la Plaza Mayor del pueblo, con sus respectivas escobas al hombro. Es
desde este momento cuando comienza un autentico combate entre unos y otros,
cientos de escobones encendidos comienzan a asentarse a base de golpes en los
cuerpo de todos los allí presentes, pero esta guerra a diferencia de cualquier
otra guerra, no deja vencedores ni vencidos. Pero en esta refriega existe una
norma que todos respetan, y es la de que con los escobones encendidos, está
prohibido los golpes en la cabeza. Y de esta forma los Jarandillanos emulando a
sus antepasados pastores, se vuelcan en saludarse tanto entre ellos mismos,
como a los que los visitan a base de escobazos ardientes.
Y
después de este relato sobre la fiesta de los Escobazos de Jarandilla, paso a
exponerles las fotografías que tome durante el recorrido de la ruta.
Hay
que abrigarse, pues la temperatura lo pedía.
Los primeros carámbanos en la ruta.
Caminando
hacia el refugio, comienza la subida.
Sujetando
la carga.
Panorámica
de la portilla de Jaranda al fondo,
con el Estecillo (2.259 metros) a su
derecha.
Niños y mascotas.
Panorámica de algunos pueblos de la Vera.
Entre
robles.
Toca
subir.
Si,
si. Tú también.
¡Y tú!
El del palo, arrearlas a todas,
que andan remolonas.
Seguimos ganando altura.
Y sigue haciendo frio.
Nuestro primer objetivo ya lo tenemos a la
vista,
es la ermita que se ve en el alto.
Por
eso se ríe este.
Otra panorámica de la portilla de Jaranda.
Cada vez está más cerca.
Pero
antes de seguir echemos un trago.
También hay tiempo para tomarse
un cafetito
caliente.
Y para unas chuches.
Y unas
galletas.
En el
fondo del valle se puede apreciar el cauce
de la Garganta Jaranda.
Los primeros en llegar a la ermita.
Van llegando algunos más.
Posando madre e hijo.
La fuente estaba con un poquito de hielo.
Jorge y su amigo.
Al abrigo de la resolana.
Cada uno a lo suyo.
Imagen
de la Virgen de las Nieves.
Panorámica de las Buitreras en la
Cuerda de los
Infiernillos.
Otra
de la Portilla de Jaranda (2.036 metros).
Panorámica
de la Garganta del Campanario
o del Hocino.
Descendiendo hacia el Campanario.
Evitando
el hielo.
Este brillaba a contra luz.
Bonitos
peñascos.
Panorámica.
Cruzando la Garganta del Campanario.
Se encontraba casi helada.
Chozo en el Campanario.
Observando el paisaje.
Panorámica.
Recortando en silueta.
Aguja del Campanario.
Elena
posando.
Panorámica del Campanario.
Descendiendo hacia la Garganta Jaranda.
Nuestro siguiente objetivo se encuentra
camuflado en el cauce de la garganta.
Se trata del puente donde pararemos a
comer.
Otra panorámica.
Comiendo.
Sesteando.
Meditando.
Observando.
Y por mi parte Vigilándolos a todos.
Es
raro, muy raro, ver en esta época
esta imagen sin nada de nieve.
Mole de granito.
Descendiendo hacia el Trabuquete.
Cascada helada.
Poza
del Trabuquete en la Garganta Jaranda.
Regresando a Guijo de Santa Bárbara.
Estamos llegando.
Uh, ¡Por fin llegamos!
Antiguo lavadero de ropa.