jueves, 31 de julio de 2014

Acampada de la Luna Nueva - 26 y 27 de julio de 2014.


    En la plataforma de Gredos, preparándonos.
  

ACAMPADA DE LA LUNA LLENA 26 y 27 DE JULIO DE 2014

Como ya es tradición, los días 26 y 27 de julio de 2014 volvimos hacer la tradicional acampada en Gredos de la “Luna Nueva”, cada año que pasa mayor es el número de participantes. La de este año ha sido muy numerosa. Todos no lo hemos pasado de maravilla, esperando de nuevo que llegue la del año que viene. Dentro de los que nos reunimos hicimos diferentes rutas, la nuestra en concreto fue ascender a la Galana, por la canal de los Geógrafos, y regresando por la canal de Isabel. Estos son algunos de los momentos por los que pasamos y que quede recogido en las siguientes imágenes. Pero antes de mostrárselos les contare un interesante cuento del entorno de Gredos, que está recogida por Daniel Peces Ayuso y lleva por título Cuento de la Asaura, Ura, Ura, Ura. Y dice lo siguiente:

 

CUENTO DE LA ASAURA, URA, URA, URA.

 

Esta era una señora muy pobre, muy pobre, muy pobre. Que no tenía  ni para comprarse un peine de raspas de cachuelos. Vivía en una casita hecha con maderas y ladrillos que ella misma había hecho con barro y paja secados por el sol sin cocer. Era tan pobre, tan pobre, tan pobre que raro era el día que cenaba si había comido o comía si había cenado,  la noche anterior. Vivía a las afueras del pueblo cerca de la carretera por donde solían pasar los ganados y los carros,  con una hija única que había tenido de moza. Su marido había muerto en una guerra y dejándolas en la más terrible de las miserias. El poco dinero que sacaba lo conseguía jalbegando las casas de  los mas riquillos, o trabajando en peonadas temporales, como la  aceituna, o recogiendo leña del monte para las tahonas del pueblo, entre otras cosillas. Un día  de  Navidad dijo la pobre viuda a su hijita sacando unas monedas de su faltriquera.

 

-         Mira  hija toma estas perrillas y ves a en ca del Tío Doro el carnicero a que té de una asaura, para cenar esta noche que es Navidad. Pero ten cuidado no las vallas a perder, que es el único dinero que tengo y si lo pierdes no podremos cenar nada. Y nada que llevarnos a la boca.

 

La niña cogió el dinerillo, lo metió en el bolso del mandil y salió  de su casa en dirección al pueblo, donde estaba la carnicería del tío Doro. Pero al pasar por una plaza, la niña se encontró a unas amiguitas que estaban jugando a saltar a la comba y  pensó, que podía entretenerse un ratito, jugando con sus amiguitas. Se acerco a ellas y las pregunto.

 

-         ¿Qué hacéis?

 

 Y ellas respondieron.

 

-         Estamos jugando  a la comba.

 

-         Puedo jugar, con vosotras. Pregunto.

 

-         Si, si te la quedas

 

Y se puso a jugar. No tardo en quedársela otra niña y así paso un buen rato jugando y saltando a la comba. Se lo estaba pasando muy bien, pero de repente se acordó del encargo que le había hecho su madre.

        

-         Uy que tarde es,  me tengo que ir, que mi madre me ha mandado un recado y si no me doy prisa me van a cerrar la carnicería. Adiós, adiós.

 

Y la niña echó a correr la calle arriba. Cuando llego a la carnicería el tío Doro el buen carnicero  estaba guardando el género en la bodega y por los pelos que no había cerrado la carnicería. Cuando vio llegar a la niña la pregunto con cariño.

 

-         ¿Qué querrías bonita.

 

 Y ella que venía corriendo se echó mano al bolsillito del delantal y se quedo blanca. La sangre se la paro en las venas y en el corazón y no supo decir ni una palabra. Busco y rebusco en el bolsillo del mandil y en el otro bolsillo también por si acaso. Pero nada que las perras que la había dado su madre para comprar la asadura  no aparecían por ningún lado.  Las había perdido saltando a la comba.

 

 Sin decir ni pío, abrió la puerta de la carnicería y echó a correr calle abajo como una loca.  Al llegar a la plaza donde había jugado con sus amiguitas, empezó a buscar el dinero por todas partes. Pero nada que no veía el dinero ni choncho ni crudo. Las otras niñas ya no jugaban a la comba, porque era la hora del abriquecer y se habían ido a sus casas cuando sus madres desde las ventanas y balcones las empezaron a llamar. Entonces la pobre niña fue casa por casa a ver si alguna de sus amiguitas se había encontrado el dinero que ella había perdido saltando a la comba. Pero nada, que ninguna de las niñas había visto las perras por el suelo. Y es que en la plaza jugaban muchos niños y más aquella tarde que como era Navidad la plaza estaba llena de mocitos y mozas, unos jugando a churro-mediamanga-mangaentera, otros a hínchatesapo y los más mayores a los alfileres, la calva y el mocho.

 

-         Si no me hubiese entretenido jugando en la  plaza,  seguro que ahora tendría  el  mi dinerillo en el bolsillo y podría comprar la asaura que mi madre me había encargado.

 

Pensaba gimoteando y sorbiendo los mocos que le caían de las narices, como las lágrimas de sus ojos… Se sentó a orillas de una fuente y se puso a llorar desconsoladamente.

 

-         ¿Qué la voy a decir yo ahora a mi madre, si la culpa ha sido mía? Y he perdido el dinero por desobediente. Mira que mi madre me había dicho que tuviera cuidado y  ahora que voy a hacer.

 

La niña llora que te llora y como era invierno pronto la tarde empezó a caer llegando las sombras de la noche. Y estando en estas se la vino una horrible idea a la cabeza.  Se acordó de que aquella mañana, habían enterrado a un mendigo que había  muerto arrecio la noche anterior. Y sin pensarlo dos veces se dijo. 

 

-         Ya sé lo que voy a hacer,  iré al cementerio y desenterrare al mendigo, le abriré las tripas y le sacare las asauras.

 

Pero necesitaba un cuchillo, así que fue corriendo otra vez a la carnicería que ya estaba cerrada, pero como el tío Doro vivía encima llamo a la puerta y salió su mujer.

 

-         Que quieres bonita,  no son horas de que andes por la calle.

 

A lo que la niña respondió.

 

-    Ya lo sé seña fulana, pero es que nos han regalado un pollo y mi madre me ha mandado a que la pida un cuchillo para matarlo, que mañana mismo se lo devuelvo.

Y como todos querían mucho a la pobre mujer y a su hijita la dijo.

 

-         Espera un poco aquí, que ahora mismo te lo dejo. 

 

Subió por las escaleras del zaguán y al ratito bajo un gran cuchillo de acero envuelto en un trapo.

 

-         Toma y no lo vallas a desliar a ver si te vas a cortar, que este cuchillo corta hasta los huesos y no tengas prisas en traérmelo que mañana no lo necesito. 

 

-         Muchas gracias señora y descuide que no me cortaré ni lo perderé.

 

Salió corriendo como un demonio, escondió el cuchillo entre la toquilla de lana que la cubría del frío y salió del pueblo como en dirección a su casa. Pero al llegar a los corrales del arrabal, se dio la vuelta y fue derecha al cementerio. Ya era casi de noche y nadie la había visto, además, como era Navidad todos los vecinos estaban en sus casas preparando la cena. Al llegar al Campo Santo arrimo un tronco a la tapia subió por el dio un salto y entro en el cementerio. Pronto encontró la sepultura del pobre mendigo. Por el color de la tierra  fresca recién movida. Se hincó de hinojos y empezó a quitar la tierra con sus propias manos. Ya que todo el mundo sabe que cuando moría un pobre, no se tomaban muchas molestias a la hora de darle tierra al cuerpo. Así que no tardo mucho en desenterrar el cadáver.

 

Una vez fuera de la tierra el cuerpo del mendigo, sacó el cuchillo y de un solo tajo le  abrió las tripas y le saco las asauras, que envolvió en uno de los trapos con los que la mujer del carnicero había envuelto el cuchillo y volvió a enterrar el cuerpo del pobre mendigo. Sin perder ni un minuto salió zumbando del Campo Santo. Pero con las prisas y el miedo a ser descubierta no se dio cuenta de que se había dejado el cuchillo dentro de las tripas del pobre mendigo. Al llegar a su casa su madre muy disgustada,  la echó una buena regañina.

 

-         Pero se puede saber ¿dónde te has metido? He salido a buscarte dos veces.

 

A lo que la niña contestó.

 

-         Es que me entretuve jugando con mis amiguitas en la plaza.

 

Pero como era Navidad la madre no la quiso regañar mucho. Entonces la pregunto.

 

-         Haber ¿donde está la asaura que te encargue?

 

-         Mira aquí la traigo madre liadita entre estos trapos.

 

Cuando la desenvolvió su pobre madre dijo.

 

-         Hay que ver que buen color tiene y que hermosas son. Se nota que el tío Doro ha matado  hoy mismo  esta  res y  por el tamaño de esta asaura por los menos es  de  un ternero.

 

-          Si, si es de un buen ternero. Decía la niña. 

 

-         Anda, dijo la madre a la hija. Ve a lavarte las manos  mientras yo avío la cena.

 

Para cuando la niña había terminado de asearse, la madre ya había preparado un jugoso plato de asaura guisada, con pimientos, cebollas, ajitos y patatas en caldereta que la habían dado en el pueblo, unas vecinas para que hiciera la cena de Navidad. Y ya se sentaron a la mesa y antes de cenar  dieron gracias a Dios por los alimentos que iban comer. Pero justo cuando iban a decir amén, el candil se apagó  de repente, quedándose las dos a obscuras. La niña se llevó un susto de muerte y lanzo un grito. Pero la madre no tardo en prender una tea de pino soplando los rescoldos de la chimenea, con la que encendió otra vez la torcía del pobre candil, que iluminaba la mesa.

 

-         No te asustes hijita esto ha sido cosa del aire, anda y ve a ver si esta la puerta cerrada.

 

La niña estaba aterrorizada pero hizo lo que su madre la había mandado. Cuando la niña bajo al zaguán a ver si la puerta de la calle estaba cerrada, lanzó otro grito. Pero esta vez se la helo la sangre, pues clavado en la jamba de madera de la puerta, estaba el cuchillo con el que había sacado las asauras del mendigo. Lo cogió y lo escondió en tinaja de la cal antes de que su madre bajara. Pero como había dado un grito de espanto, su madre asustada bajó corriendo a ver que la pasaba a su hijita. Al ver la puerta abierta de un fuerte portazo la cerró atrancándola con la pesada viga de nogal.

 

-         ¿Qué pasa hija mía, por qué has gritado de ese modo? Pregunto la madre.

 

-         Hay madre mía es que un gato ha pasado entre mis piernas y me ha dado un susto de muerte.

 

Dijo la niña, mintiendo por segunda vez a su pobre madre.

 

-         Anda vamos para arriba  que se nos va a quedar fría la cena y mañana no sé si tendremos de comer, ya sabes el dicho más vale pájaro en mano que ciento volando.

 

Así que subieron madre e hija para arriba y cenaron bien cenadas. Sin dejar nada de las asauras del mendigo muerto aquella misma mañana. Cuando terminaron dijo la madre.

 

-         Anda vamos a la cama que mañana seguro que si vamos a misa, alguna buena vecina nos dará para que comamos  y es mejor estar descansadas.

 

Y se fueron las dos para la cama. Se acostaron como costumbre tenían cada una en su alcoba. Pero justo cuando a la niña la iba venciendo el sueño, de pronto sintió un ruido que venía de la puerta de la calle. La madre no escuchaba nada porque estaba dormida como un cesto. Pero la niña escucho con toda claridad como la  pesada  tranca  que atrancaba la puerta caía al suelo con un golpe seco y como una voz de ultratumba decía.

-         A asaura, ura, ura, ura, me huele a mi sepultura.

 

-         Madre, madre que alguien se ha colao en la casa…

 

Grito la niña. La madre asustada acudió a la alcoba donde dormía la niña y con un gran susto la pregunto que la pasaba.

 

-         La puerta, madre la puerta que se ha caído la tranca.

 

La madre la arropó y la dijo.

 

-         Anda y duérmete ya de una vez quien va a venir a robar a la casa de un pobre. Calla y duérmete ya que es muy tarde y mañana tenemos que madrugar para salir a pedir un poco de caridad…

 

-         Pero madre, decía la niña  muy asustada, ¿es que usted no ha oído nada de nada?

 

-         ¿Y qué voy a oír? Anda y calla que ese ruido  será  cosa del viento, que azota el tejado y las ventanas. Metete en la cama y  duérmete ya que no es nada.

 

La niña se metió debajo de la ropa de la cama,  tapándose de la cabeza a los pies e intento dormirse. Y justo cuando se le había pasado el susto, sintió un fuerte ruido en el zaguán. Era el mismo sonido que hacen los zapatos al arrastrarse por el suelo  en dirección a las escaleras que daban acceso al piso de arriba, donde ella dormía o al menos eso intentaba. Volviendo a escuchar esa voz de ultratumba que decía.

 

-         A asaura, ura, ura, ura me huele a mi sepultura.

 

La niña se quedo helada sin poder apenas respirar, paralizada por el miedo .Volvió a gritar llamando a su madre.

 

-         Madre, madre que viene, que viene por mí.

 

La madre que estaba profundamente dormida y nada había oído. La grito desde su cama un poco cansada ya por tantos sobresaltos.

 

-         Anda y cállate  ya ¿qué voy a escuchar? Yo no oigo nada. Será el viento que resopla por el tejado y las ventanas. Anda duérmete ya y calla que no es nada, pesada.

 

-         Pero madre de verdad que usted no ha oído nada  de nada.

 

-         Que no hija mía, que no he oído nada, de nada. Duérmete y calla, vaya nochecita  toledana, que me  estás dando hoy.

 

Pero las pisadas seguían avanzando por los trancos de las escaleras, una a una y en cada escalón la voz de ultratumba repetía  una y mil veces.

 

-     A asaura, ura, ura, ura, me huele a mi sepultura.

La niña de pronto vio la sombra del difunto vagabundo al que había sacado las asaduras que  habían servido de cena aquella Navidad. Y por si fuera poco cada segundo  sentía más y más cerca de su alcoba las pisadas y escuchaba más claro y con mayor fuerza aquello de

 

-    A asaura, ura, ura, ura me huele a mi sepultura.

 

Incluso podía escuchar la respiración profunda y quejosa a la puerta misma de su alcoba. Saco la cabeza de entre las mantas y su corazón se quedó frío como la escarcha en los juncos de la orilla del cauce en el invierno. Los ojos se le salían de las órbitas y el cuerpo se le paralizo. Quería gritar llamando a su madre, pero no podía. Quiso salir corriendo hacía donde su madre dormía. Pero Las piernas no la respondían dejándola  muda e inmóvil, tendida  sobre su camastro, como un ratón al que muerde una víbora. Luego un profundo y siniestro silencio inundo todo en la noche fría de aquella Navidad, hasta que llegaron las primeras luces de la clara del día.

 

A primera hora antes de que saliera el sol tras la montaña, la madre se levantó primero y calentó un poco de agua después de avivar la lumbre con la que prepararía un poco de poleo. Saco unos currùscos de pan duro que puso sobre la trébede para tostarlo y los roció con unas gotas de aceite, que la quedaba en la alcuza.  Luego la buena mujer llamó a su hijita que estaba arriba en la alcoba.

 

-         Vamos, vamos levanta  perezosa, tanto desvelo por la noche que ahora no hay quien te haga salir del nido. Pero quieres bajar a desayunar de una vez perezosa

 

Como la niña no bajaba ni salía de su alcoba la madre fue a despertarla y al llegar  y destaparla dio un grito tremendo, que hizo temblar los cimientos de la casa.

 

-         Mi hija, socorro mi hijita,  que me la han matado.

 

Aquella mañana en la cama donde la niña dormía, había un gran charco de sangre  que lo cubría todo. En medio del gran charco de sangre muerta yacía la niña, con las tripas al aire y sin las asaduras. Pronto acudieron todos los vecinos que escucharon el lamento de la pobre y desesperada madre. Nadie sabía ni se explicaba quién pudo haber asesinado tan horriblemente a su pobre niña. Enterrándola aquella misma mañana al lado del mendigo, y al ir a cavar la fosa para darle sepultura, apareció el gran cuchillo de acero que cortaba hasta los huesos. Lo que causo un gran revuelo. Un vecino reconoció el cuchillo y fueron a llamar al tío Doro el carnicero. Algunos pensaron que había sido él el asesino. Pero el ama del cura salió al paso de los comentarios, ya que ella misma había sido testigo de cómo la niña había ido a pedírselo a su mujer el día anterior, con la excusa de que su madre tenía que matar un pollo... Cosa que como dijo el ama del cura la extraño mucho por ser una familia tan pobre y como decía la buena mujer, de donde iban a sacar un pollo, si no tenían ni para comprar una sartén. Lo cierto es que  la niña murió aquella noche y sus asaduras nunca más volvieron a aparecer.

 

Moraleja. Del cementerio, ni miel de abeja.

 


Comenzamos a andar.
 
  Todas contentas.
  El resto de la tropa.
Una de “Culos”.
Esta es Elena con su sombrero rosa.
Otra del grupo.
  Ya se divisan las cumbres del Circo de Gredos.
Otra más.
Elena.
Elena y Yo.
Descendiendo los Barrerones.
Otra más.

De noche ya en la Laguna Grande de Gredos.
Gilberto en familia.
Cenando.
Amaneciendo en Gredos.
Otra más.
Elena con algo de frio.

A asearse tocan.
  No quería salir.
Camino de la Galana, nuestro objetivo.
Panorámica, con el Ameal  de Pablo a la izquierda.
  Jorge.
  Otra más.
La canal de los Geógrafos.
Ascendiendo por ella.
Julio Cesar.

Paco.
Al fresco del nevero.
La canal del Venteadero de la Galana.

Grupo de machos pastando.
  Cumbre de la Galana.
El amigo Juanjo en el paso
de la canal de la Muesca.
 
A la derecha el Ameal de Pablo.
Jorge, con José Antonio y David
en la cima de la Galana.
Descendiendo de la Galana hacia el Venteadero.

Juanjo.
  Jorge.
Panorámica del Almanzor.
Descendiendo por la canal de Isabel II.

  Metidos en ella.
  Otra más.
  Un amigo.
Bonito paso en la canal.
   Hay que trepar.
    Otra más
Elena y Jorge en el charco Esmeralda.
En familia.
Otra más, esta sin el “Pollo Chico”.
Por este color le viene el nombre del Charco Esmeralda.

Un valiente.

“Pa vernos matao”.