lunes, 10 de noviembre de 2014

Cañaveral - Portezuelo - 09-11-2014


Llegada a Cañaveral.
 
El domingo día 9 de noviembre de 2014, realizamos un recorrido por los términos de Cañaveral, El Arco, Pedroso de Acin y Portezuelo. El tiempo que nos acompaño nos favoreció el disfrute de dicho recorrido. Aunque la ruta en si no tiene gran dificultad, verdad es el mencionar que ay algunas subidas que se las traen en dureza, ya que los metros que hay que salvar de desnivel hay que hacerlo en poco tramo de recorrido como es la ascensión que tenemos que hacer desde la pista que viene de la pequeña localidad de El Arco, hasta llegar a la Peña de los Valles. Desde este punto de la pista que dejamos, tenemos que hacer una ascensión de 362 metros de desnivel por un raspadero en tan solo 976 metros de recorrido para llegar a la cumbre de esta peña. Pero aún así con todo ello el esfuerzo merece la pena. Antes de pasar a las fotografías que tome, déjenme que les relate una bonita leyenda del castillo de Portezuelo, la cual dice lo siguiente:
 
La leyenda de la bella Marmionda
En la sierra de Portezuelo en la provincia de Cáceres, al pie de un desfiladero se alza vigilante el castillo de Portezuelo. Erigido por los árabes en el siglo X a.C. cerraba el paso por el valle del Tajo a las incursiones de las tropas de reconquista leonesas, cubriendo uno de los flancos de la calzada romana de la Dacia, junto a los castillos de Alconetar, Coria y Milana, con los que se comunicaba mediante las hogueras en sus almenas.
 
                Pero los oriundos de la villa de Portezuelo (Cáceres) lo conocen con el nombre del castillo de Marmionda, y para conocer el porqué, tenemos que remontarnos a la época del desmembramiento del califato de Córdoba en pequeños reinos taifas. En aquellos tiempos el alcaide musulmán que regia el castillo era conocido en todo el territorio por la inigualable belleza de su hija, cuyo nombre era Marmionda. Además de su extremada belleza, la joven era el orgullo de su padre por sus virtudes y bondades.
En una de las frecuentes incursiones fugaces de saqueo y rapiña en tierras del enemigo por parte del alcaide del castillo (eran común tanto en el bando musulmán, como en el cristiano), se topan con una partida de soldados leoneses y extremeños que por un cumulo de circunstancia se hallaba perdida. Tras una breve y desigual batalla, por ser el ejército musulmán superior en número, el capitán que mandaba las huestes cristiana manda rendir armas.
 
                “Hermanos, arrojas vuestras espadas y ballestas a tierra, rendirnos debemos y presos ahora somos.” 
 
Apresados, son conducidos al castillo de Portezuelo donde son encerrados en sus mazmorras, hasta que, como es costumbre, pagaran su rey o familiares el satisfactorio rescate por su libertad. No tarda mucho el alcaide del castillo, en averiguar que entre sus prisioneros se halla un noble caballero de alta alcurnia leonesa, el cual es conducido ante su presencia.
 
“Veo que sois vos quien estabais al mando de estas tropas, pues respeto y obediencia os otorgan los de mas prisioneros. Creo que por vos conseguiré más tesoros que por todos ellos juntos. Decidme vuestro nombre noble caballero.” -Habló el alcaide.-
 
Escuchado su nombre, el alcaide mandó mensajeros a tierras cristiana solicitando por escrito el rescate de sus prisioneros.
 
-Y tras esto dijo el caballero leones: “Y una cosa sólo os ruego, que como se trate a mis caballeros, se me trate a mí.” Dijo el caballero leones.
 
“Así se hará, pues bárbaros no somos.” –Respondía el alcaide justo en el momento que en la sala entraba su bella hija.-
 
“Padre quiero hablar con vos…, perdonadme padre, no sabía que estabais ocupado.” Dijo al darse cuenta de la presencia del noble caballero cristiano.
 
Un cruce de miradas bastó para que en ese instante, el noble cristiano quedara prendado de la hermosura de Marmionda, y que ella le correspondiera con una dulce sonrisa y un brillante resplandor en sus ojos.
Durante meses de espera en la prisión, la joven sarracena aprovechaba, sobre todo en ausencia de su padre, para visitar al prisionero caballero y corresponder a sus galanteos. Día a día, momento a momento, entre palabras y miradas ese secreto amor fue creciendo. Más cristiano él y mora ella, ante la realidad de un amor imposible, ellos no se daba por vencidos. Su amor iba más allá de religiones y clases, de amigos y enemigos, de territorios  y destinos, su amor eran dos  puros corazones latiendo al unísono.
 
Y fue pasando el tiempo hasta que, un día llega al castillo una comitiva leonesa con el dinero del rescate solicitado, la libertad estaba próxima, mas el no la anhelaba, no sin su joven amada. Pero debía partir hacia tierras cristianas. Triste fue la despedida de la pareja enamorada, tras un fugaz y oculto beso, él le promete que regresará con la espada envainada y con sus manos abiertas llenas de tesoros para agasajar al alcaide y apelando a su corazón pedir por amor desposar a su hija. Mas llorando queda Marmionda, y triste el abandona el castillo.
 
Pasaron los meses, y la antes risueña, vital e ilusionada Marmionda, es ahora por la ausencia de su amado caballero, una triste e indiferente mujer ante los ojos de su padre. Este, preocupado por el estado de su amada hija, y sin saber los motivos reales de su calvario, intenta alegrar a la joven a través de regalos y caprichos, mas nada funcionaba y por recomendación de sus consejeros decidió que en edad casadera ya estaba y por tanto debía elegirle un esposo digno a la altura de su amada hija.
 
Los más nobles aspirantes sarracenos de la comarca llegaron para desposar a la bella Marmionda, ella entre tanto, como no podía oponerse a la voluntad de su padre, retrasaba su decisión mediante artimañas, una y otra vez, dando tiempo así, a la llegada de su amado caballero cristiano. Pero el tiempo pasaba, y su padre ante las reiteradas excusas de la hija, le eligió marido, y poniendo fecha y hora, daba por comienzo los preparativos del enlace.
 
Visto que el tiempo apremiaba, Marmionda decide enviar un emisario de su confianza al reino de León para que carta en mano, informe a su cristiano caballero de los esponsales decididos por su padre.
 
Y sin noticias algunas, llegó el día de la boda. Todo estaba preparado, el castillo engalanado, los festejos a punto, la comida abundante, y los invitados acudían de todos los alrededores. Mientras, Marmionda en su cámara era atusada, peinada y vestida de seda multicolor, pero sus pensamientos y su mira estaban perdidos en la lejanía que veía a través de su ojival ventana. Para ella ya no había esperanza, sus sueños de amor quedarían rotos, sus ilusiones desparecidas, su tristeza eterna, ahora pasaría su vida al lado de un hombre que no amaba, alejada de su castillo, de su padre, y sobre todo de su único amor. 
Pero en ese momento, en el horizonte divisó una nube de polvo, su corazón comenzó a latir frenéticamente, ¿sería su amado que venía a reclamar su amor?
 
El cuerno de aviso de peligro resonó en el castillo, los vigías habían divisado jinetes  cristianos dirigiéndose rápidamente hacia el castillo. El pánico se apodero del recinto amurallado. Entre el alboroto de sorpresa y miedo, los gritos de los capitanes sarracenos se escuchaban por las almenas y murallas del castillo.
 
“¡A las armas, a las armas! Nos atacan, cerrar las puertas, defender las almenas.”
 
Antes de llegar al alcance de sus arqueros, las tropas cristianas se detienen, y ante el asombro de los defensores, dos jinetes junto a un abanderado con el emblema leonés, se acercan al paso pidiendo parlamento.
 
“Parlamento, parlamento” – Vocifera el abanderado.
 
Desde la ventana de sus aposentos, la joven Marmionda enseguida reconoce a su amado caballero entre los jinetes que se acercan, la sonrisa vuelve a su cara, fiel a su palabra el caballero cristiano había vuelto a por ella.
 
Las puertas de castillo se abren, y tras ella a caballo sale el alcaide junto a uno de sus capitanes y su abanderado al encuentro de la avanzadilla cristiana. Al acercarse el alcaide reconoce a uno de los caballeros, es su antiguo prisionero.
 
“Como osáis presentaros armados a tan insigne ceremonia, sin que tan siquiera estabais invitados, que pretendéis interrumpiendo así el enlace de mi hija.” -Dijo indignado el alcaide.-
 
“Mi señor, en los meses que pasé preso en sus mazmorras quedé prendado de amor de su hija Marmionda, de la cual dulcemente correspondido. Os ruego que paréis este enlace desdichado, y me entreguéis su mano a mí en sagrado matrimonio, yo colmaré de amor y riquezas…” –Hablaba el capitán cristiano cuando es interrumpido por el alcaide.-
 
“Pero como pudo ser, y a mis espaldas. Mentís bellaco, mentís. Como os atrevéis, jamás entregaré la mano de mi hija a un perro cristiano.” –Y tras estas palabras el alcaide dio por concluida la reunión, y al galope se dirigió hacia su castillo.-
El capitán leonés, que había jurado reunirse con su amada, ante aquella beligerante actitud, decide que si no es por las buenas, será por las malas, y reúne a sus jinetes en formación de ataque. Ante la sorpresa y estupor del alcaide ya al frente de sus tropas, pues nuevamente les superaban en número, manda atacar la fortaleza.
 
 
La lucha es encarnizada, brazos, cabezas y cuerpos es esparcen por igual por la tierra, cubierta ahora de un rojo sangre. Mientras la bella Marmionda, observa el devenir de la batalla con el corazón dividido, tiene sus ojos puestos en valiente caballero que entre mandoble y mandoble se va acercando al castillo. Sufre y llora, la bella Marmionda, mas por miedo que por amor.
 
En el fragor de la contienda, la joven ve como su amado caballero es abatido de su caballo por un golpe de cimitarra, el caballero yace ahora en el suelo rodeado de sangre. Quieto, inmóvil, pasan los minutos, y la bella Marmionda, creyéndole muerto, destrozada y sin razón ya para su existencia, se arroja desde su ojival ventana al vacio, estrellándose su dulce cuerpo sobre las escarchadas rocas que cimientan el castillo.
En ese preciso instante, el amado caballero recobra el conocimiento perdido tras interminables minutos, por el brutal golpe dado en su cabeza tras ser apeado del caballo, pero ya es demasiado tarde, un brutal grito de dolor resuena en todo el castillo, al ver el cuerpo de su amada yacer destrozado entre los riscos.
 
 ¡“No, no, mi dulce bella Marmionda! ¡No, no!” 
 
Presa de la ira, la pena y la locura, el capitán cristiano, arroja su espada y raudo comienza a escalar uno de los riscos más elevados que protegen el castillo y una vez en lo más alto de su cima, tras santiguarse, se arroja también al vacio, y rebotando de peña en peña su cadáver mutilado va a parar, fruto del destino junto al de su amada y bella Marmionda, donde quiso Dios o Alá, que sus manos se entrelazaran como símbolo de su amor más puro.
 

Camino del pequeño pueblo de El Arco “El Arquillo”.

Al fondo el Cancho de la Silleta.
  Grandes pitas con su flor ya seca.
Otra más.

Ermita de El Arco.
Pintoresca entrada.
Camino de “El Arquillo”
Curiosa ventana en El Arco.
Transitando entre sus casas.
Restos de un gran olmo.
La ermita.
Panorámica.
Arriba en el fondo la Peña de los Valles.

Comienza la dura subida
hacia la Peña de los Valles.
En pleno esfuerzo.
Ya está más cerca la Peña de los Valles.
Camino de la base de la Silleta.
El Arquillo, y el reculaje del gran embalse de Alcántara.
  Llegando a la Peña de los Valles.
Jorge.
Enorme “Menhir”.
Cumbre del Cancho de la Silleta.

Panorámica de la Sierra de Arco.
  Otra de la cumbre.
Panorámica.
Otra más.
Al fondo el castillo de Portezuelo.
Convento del Palancar.

El rincón donde dormía San Pedro de Alcántara.

Otra más del pequeño convento.
  Pedroso de Acin.
Ruinas del Molino del Tío Fabián.
Otra más.
Y otra.
  Y más.
  Cuadro con paisaje.
   El molino.
Castillo de Portezuelo.
Portezuelo.
  Dentro del Castillo.
Otra de él.
Y otra.
Esta desde el pueblo.
 
Al final comieron migas
 
 

martes, 4 de noviembre de 2014

Navezuela - Cabañas del Castillo - 26-10-2014


  Preparándonos en Navezuelas.
 
 
El domingo 26 de octubre de 2014, hicimos un bonito recorrido por las sierras que discurren entre las localidades de Navezuela y Cabañas del Castillo (provincia de Cáceres), el paisaje que rodea a esta comarca es duro y recio, pero a su vez gratificante. A pesar del calor que hizo pudimos disfrutar de un maravilloso paseo, que ustedes podrán juzgar a través de mis imágenes de aficionado que a lo largo del recorrido fui tomando. Pero antes de pasar a exponérselas permítanme que les relate alguna historia de estos lares.

 

El Lagarto de las Villuercas.

 

Cuenta la leyenda que un gigantesco lagarto habitaba la Sierra de las Villuercas el cual se movía en un radio que alcanzaban las siete leguas, motivo por el cual nadie se atrevía a penetrar ni asentarse en aquellos fértiles territorios ante el temor a ser devorado por tan inmenso monstruo, como así sucedía a quienes hacían alarde de su audacia. Más pavor aún infundía en las gentes que poblaban estas tierras, el saber que según contaban los ancestros este animal, en un arrebato de su maldad, había “deslomado” con su enorme cola de un solo rabotazo la sierra a la altura de donde hoy se encuentra Cabañas del Castillo, abriendo la enorme brecha que hoy en día se aprecia en dicha sierra. Pero llego el día que generación tras generación esperaba que ocurriese, y ese día no era otro el de que alguien pudiera dar muerte a semejante monstruosidad. Cuenta la leyenda, que un forajido que había robado en la iglesia de Jaraicejo huyendo de la justicia, se adentro en la sierra donde moraba la vestía, y transitando por ella fue a darse de bruces con semejante animal. El enorme reptil enseguida ataco al hombre que había osado invadir su territorio, el forajido por los pelos pudo esquivar este primer ataque, pero el ladrón que de tonto tenía poco y además estaba bien dotado de valor, reacciono con valentía y firmeza, y rápidamente echando mano a la morrala que llevaba colgada al hombro, y dentro de la cual tenía metido todo lo que había robado en la iglesia, rebusco en ella afanosamente tratando de encontrar la daga que había ocultado dentro del saco, lo primero que vino a su mano fue una hermosa patena de oro, al sacar el objeto del saco, está en contacto con la luz del sol desprendía tales destellos, que parecían verdaderos rayos de fuego,  uno de estos potentes resplandores  alcanzo  los ojos del enorme lagarto cegándolo por unos instantes. Visto  por el ladrón lo que había ocurrido, este enseguida dirigió los potentes destellos que desprendía la patena de oro hacia los ojos del monstruo, y así le fue cegando hasta que el enorme animal no pudo ver nada, momento  que el ladrón aprovecho para acercarse al enorme lagarto. Entonces, sujeto bien fuerte la larga daga con sus dos manos, y reuniendo todas sus fuerzas y valor, se deslizo por debajo del pecho de la terrible criatura y le asesto un potente y certero golpe, clavándole  la daga en el pecho y atravesándole el corazón. La enorme vestía cayó fulminada en el acto.

La noticia de que el enorme lagarto había muerto a manos de este ladrón corrió rápidamente por toda la comarca de las Villuercas y otras poblaciones colindantes a esta. La Justicia que hasta ese momento le había perseguido por sus fechorías y robos, enseguida dicto; que todo los cargos que hasta el momento pendían sobre la cabeza del mencionado ladrón, quedaban zanjados por la gran merced que este había hecho a estas tierras con la muerte del enorme lagarto. Pero no solo fue perdonado por esta gran hazaña, sino que como premio a su gran acto de dar muerte a la bestia, este recibió amplias tierras en propiedad en la comarca, a demás de la potestad de erigir una fortaleza en ellas. La fortaleza que levantó en la sierra de las Villuercas, dice la leyenda, que fue  la que hoy en día domina el pueblo de Cabañas del Castillo.


Estaban buenas las perrunillas.
Descendiendo desde Navezuelas
al río Almonte.

Pico de la Artesa, ubicado entre la sierra
de la Ortijuela y sierra del Local.
Viejos caminos.
Otra más de la Artesa.

Navezuelas asentada en la falda de la sierra
de las Acebadillas.

Castaños.
Por debajo de los robles.

Camino de la Artesa.
  Panorámica de la Artesa.
Recio Matorral.
Una iguana gigantesca.

En la base de la Artesa.
Panorámica de picachos
 de la sierra del Local.
Llegando a la boca de la cueva de la Artesa.
Entrando en ella.
Dentro de ella.
Chimenea de la cueva.
La gente accediendo al interior de la cueva.
Ascendiendo a la cima de la Artesa.
Uno que saluda.
Cumbre de la Artesa.
Foto de parte del grupo.

Gente subiendo.
El Risco Recado en la sierra de la Ortijuela,
 con Roturas a la izquierda de este.

Posando en la cumbre.
Panorámica, al fondo se puede observar la torre
del castillo de Cabañas en uno de los picachos.
Otra del mismo.
Dirigiéndonos a Peña María,
en la sierra del Alcornocal.
Otra panorámica.
Comienza la ascensión a la base
de Peña María.
Los de atrás.
En la base de Peña María.
El espinazo de la sierra del Alcornocal
visto desde la base de Peña María.
Castillo de Cabañas.
Otra más de este.
Reponiendo líquidos en Cabañas.