martes, 30 de octubre de 2012

ACEBO - JALAMA - SAN MARTÍN DE TREVEJO.

 Llegada a Acebo.
 
 

El día 28 de octubre de 2012 realizamos una ruta por la comarca de la Sierra de Gata, en concreto fue, desde el pueblo de Acebo al de San Martin de Travejo. Dicha ruta transcurrió por antiguos caminos, y ascendimos al punto más alto de la comarca que es el pico Jalama (1.487 metros). El itinerario que seguimos fue el siguiente: saliendo de Acebo, cogimos  el camino, que nos lleva a la presa de Acebo o también conocida por el nombre de Rivera de Acebo. Desde este punto transitamos por el camino que discurre por el arroyo de la Jara del Rey, el cual va a unirse con el Camino de Castilla, que sube desde Acebo al Puerto de Castilla Norte. Desde este último punto, discurrimos por la cuerda divisoria, que separa la provincia de Cáceres de la de Salamanca, hasta llegar  a la base del Jalama, desde donde comenzamos la parte más dura de la ruta, que fue el ascender a la cumbre de Jalama, desde el que descendimos al Puerto de San Martín, donde cogimos el antiguo camino de Navasfrias, el cual nos llevaría hasta la localidad de San Martín de Trevejo. Donde daríamos por finalizado el itinerario. El tiempo nos favoreció, motivo por el que pudimos disfrutar de los hermosos y agrestes paisajes de por donde discurre la travesía, aunque el tiempo estuvo un poco fresco, no fue motivo que nos impidiera disfrutar de esta travesía. Las imágenes que tome a lo largo de la ruta se las mostrare a continuación, pero antes déjenme que le comente algunas cosas de esta pintoresca comarca.

                En primer lugar les expondré, una crónica sobre el contrabando y contrabandistas que por esta zona se dieron en abundancia. La cual cuenta lo siguiente:

                ¡Colchas!, ¡Tolhas de mesa!, ¡Teciados!, ¡Sábanas! Así solía despertar la valverdeña tía Cadiada a los vecinos de Acebo el tercer sábado de mes. Con una cesta a la cintura y otra encima de la cabeza donde portaba el género que ofrecía a las amas de casa y a las mozas casaderas; recorría, la pobre mujer, la nada desdeñable distancia desde Valverde del Fresno hasta Acebo durante varios días; haciendo pequeñas escalas en los pueblos de San Martín de Trevejo, Villamiel y Hoyos, antes de llegar a su destino final.

Anastasia solía esperar impaciente su llegada y más este mes que había conseguido una buena cantidad de mineral en una de las minas del arroyo Jocino. Su esfuerzo le había costado, y varias noches en vela; ya que su hermano y ella se habían desplazado hasta esa mina por la noche y siempre después de finalizadas su tareas en el campo. La explotación minera pertenecía a un vecino de Acebo y ellos acudían a la luz de la luna al rebusco o a explotar alguna veta de mineral olvidada sin que el dueño de la misma se enterase.

La última parada de la tía Cadiada en Acebo siempre la hacía a la altura del Crucero del Cristo, enfrente de la Ermita del Cordero Bendito. Allí, sobre los pequeños peldaños del Crucero exponía sus artículos y de inmediato se veía rodeada por un séquito de féminas a las que se les iluminaban los ojos al contemplar las telas que esta mujer solía conseguir en los pueblos limítrofes de Portugal.

Anastasia en cuanto escuchó los gritos y el revuelo en el barrio del Cristo, se dirigió a la alacena de su cocina y cogió el mineral que había envuelto el día anterior en un trapo viejo. Salió de la casa con sus dos kilos aproximados de wolframio y en menos de dos minutos se encontraba entre el bullicio que la presencia de la tía Cadiada solía levantar en esta barriada acebana. Este rincón apartado de este pueblo era de los más rentables para esta pequeña mujer valverdeña; pues muchas de las mujeres que allí vivían solían hacer lo mismo que Anastasia, ir al rebusco del mineral para luego canjearlo por algún artículo del que se enamorasen.

- ¡Bom día! –Saludó la tía Cadiada a la joven Anastasia con su tradicional expresión luso-extremeña.

- ¡Buenos días! –le respondió la joven. ¿Qué cosas guapas nos traes esta semana?, ¿Te acordaste de la colcha que te encargué la semana pasada?

- Claro que sí moza, mira aquí la tienes. Y alargándosela con su mano se la entregó a la joven, que enseguida procedió a analizar con las yemas de sus dedos la tela y con la uña de su pulgar el estampado de la colcha.

- ¿Cuánto pides por ella?

- ¿Qué tienes para ofrecerme a cambio? –respondió ágilmente la tía Cadiada.

- Mira aquí tengo unos dos kilos de mineral que yo creo que es lo que vale esta colcha. Esta vez Anastasia no se paró a regatear; ansiaba la colcha que era la última prenda que le hacía falta para su ajuar.

- Es mu poquino moza –le respondió la hábil comerciante valverdeña. Es una colcha muy buena algo más me tendrías que dar, sabes que lo vale y además sabes que el precio del mineral cada vez está más bajo.

- ¡Vamos mujer! –le respondió una indignada joven. Con todo lo que te he comprado hasta ahora no me vas a dar la colcha por el mineral que te he traído, después del trabajo que me ha costado. Y haciendo ademán de irse amagó con recoger la tela que envolvía el mineral.

- ¡Espera! –Le espetó la valverdeña. Venga qué le vamos a hacer unas veces se gana y otras se pierde; ya que he venido hasta aquí cargada con la colcha no me voy a ir otra vez con ella, quédatela y si eso el mes que viene me traes un poquito más de mineral y en paz.

Una pletórica Anastasia cogió la colcha y despidiéndose de la tía Cadiada regresó rápidamente a su casa para ver cómo quedaba la colcha encima de una de las camas de su hogar. Por fin Anastasia había conseguido uno de sus mayores deseos, completar el ajuar para su futura boda.”

                El siguiente relato, está basado en el libro de Dº Manuel Sousa Bustillo "Jalama y su Comarca", y lleva por título la Leyenda de las Cabras de la Cervigona. Dice así:

“Antonio y Timoteo llevaban un par de horas andando desde que salieron de Acebo; atrás habían dejado el Pozo del Tío Borracho y el Regato Pedrero en un día que prometía ser de los más calurosos de un tórrido verano. A su llegada a las Fegas decidieron hacer un receso debajo de una imponente higuera que se encontraba a los pies del prado de la Monja; bajo su sombra se sentaron sobre dos magníficas piedras a la vez que sacaban de sus zurrones un trozo de pan y de tocino que les servirían de almuerzo.

Antonio le ofreció su bota de vino a Timoteo después de haber bebido un buen trago. Mientras Timoteo alargaba su brazo para cogerla Antonio le preguntó:

--¿Sabes que significa Cervigona?

-No -respondió desinteresadamente Timoteo.

--Pues Cervigona significa refugio del ciervo; ya que la palabra viene del latín cervy, que significa ciervo, y del italiano gonna, que significa abrigo o refugio.

-Pues muy bien -fue toda la respuesta que le dio Timoteo a Antonio y que reflejaba el desinterés de éste por los asuntos culturales.

Transcurrida una media hora reanudaron su marcha por intrincadas veredas, y caminos angostos, que serpenteaban las laderas de un monte pizarroso; a la vez que cruzaban una y mil veces el cauce de un río de aguas cristalinas. Al cabo de un buen rato llegaron a un imponente desfiladero conocido por el nombre de la librería; ya que la colocación caprichosa de las grandes lajas de pizarra simulaban los cantos de los libros de una inmensa y majestuosa librería. Fue en ese sitio donde Timoteo y Antonio decidieron preparar sus escopetas de caza con las que pretendían matar a unas diez o doce cabras salvajes que habitaban entre los acantilados de ese gran salto de agua que se conocía por el nombre de La Cervigona.

-Es curioso el origen es estas cabras, ¿Verdad?- Preguntó esta vez Timoteo a un concentrado Antonio.

-Realmente curioso –respondió Antonio. Es increíble que una cabra preñada se le pierda entre estos riscos a un pastor, y que éste no sea capaz de localizarla, y que con el paso del tiempo esa cabra para un macho y una hembra, y que transcurridos varios años se hayan reproducido entre ellas y hayan dado lugar a las diez o doce cabras actuales que nos han asegurado los pastores del pueblo que existen aquí.

-Pues sí, yo todavía no doy crédito –contestó un circunspecto Timoteo. Espero que no sea una broma de los del pueblo porque si no la vamos a tener.

Antonio se levantó y con un gesto le indicó a Timoteo que reanudaban la marcha. Cuando llegaron a los pies de la catarata de agua iniciaron una lenta escalada sobre un terreno inestable y peligroso. A medio camino de su ascenso Antonio localizó a la primera cabra y con una señal de su mano se la enseñó a Timoteo, quien le respondió con una inmensa sonrisa. Al poco rato los cazadores comenzaron a disparar sus escopetas mientras las cabras caían abatidas una tras otra. Una vez cazados los doce ejemplares de los que habían hablado los pastores del pueblo, Timoteo y Antonio, las fueron sacando con una cuerda. Por medio de ésta las fueron izando a una zona en la que les esperaban unos vecinos de la población de Acebo con unas caballerías con las que las transportarían hasta ese pueblo. Al final de la dura jornada Antonio y Timoteo se encontraban exultantes entre los vecinos de esa población, quienes los consideraban unos héroes por la gesta que habían realizado ese día y que ninguno se había atrevido a llevar a cabo.”

                Este otro relato se dio en Acebo, donde todo un pueblo se vio puesto en entredicho por culpa de dos vecinos de dicha localidad. Este expediente es el que remitió el tribunal de Llerena con carta de 19 de enero de 1791, sobre la superstición de ofrecer cuernos yendo en romería a San Cornelio que está en distrito de Portugal para sanar de cuartanas (paludismo).

En 20 de febrero de 1790 el comisario de Coria D. Juan Cid Salgado envió informe al tribunal diciendo que “en el lugar del Acebo y sus cercanías era cosa muy sabida de esta superstición. Se libró comisión para que se averiguase, y habiendo el Señor comisario de Acebo examinado cinco testigos entre ellos el cura, sacristán y cirujano, contestan: en que muchos acuden a dicho santo unos porque ofrecen cuando están enfermos, y otros encontrándose con la misma enfermedad. Que les es preciso llevar un cuerno, y ha de ser el primero que hallaren, y en llegando al santo lo dejen junto a él, y que es grande la porción que hay junto al santo de estos elementos. Dicha imagen está sin ermita y maltratado por las inclemencias, distante ocho leguas poco más o menos del dicho lugar del Acebo. Que asimismo está creída la gente en ser remedio eficaz para curar las calenturas de cuartana. Añade el cuarto testigo, que le parecen han hecho estas romerías en buena fe y sin pensar hubiese en ello superstición”.

Los testigos citados anteriormente declararon que Juana Rodríguez y su hijo Ambrosio Calero fueron los que promovieron ese popular acto. El tribunal prohibió dicha romería a través de edictos que fueron dados a conocer por toda la comarca amenazando con graves penas a los infractores. El caso es que la Iglesia, en atención a la gran fe de los fieles, montaría poco después su particular negocio entorno a la cueva del santo vendiendo pequeños cuernos, conocidos como cuernecillos de San Cornelio, que los fieles colgaban al cuello para sanar de las temidas cuartanas que por aquel entonces se creían debidas a un mal de ojo.

                Y para terminar con las curiosidades de esta zona, les mostrare como describe un habitante de la localidad de San Martín de Trevejo la matanza del cochino, dice así:

A MATANZA

MAÑEGA

Se agarra o cochino de a

cortella y se leba pa porta

y ali o agarran con o ganchu

y logu le clavan o cotelo pa

sacali a sangri y asangri se

lod y mais tardi le sacan

as tripas y seban a labar o riu

y astripas se lavan con una varilla

y cuando as laban fan as trenzas

y se ban a cayã a coder as tripas

y con as tripas se fai chanfaina

y con iso comin os dias de a matanza

y tamen fan sopa ae sangry.

O prosimu dia desbaratan 

o cochinu y logu le saca mos a balbela

y careta y aspatas y as orellas.

Y logu partin acarni con un

cutela y logu a pican con

a maquina

a carni de os churizos se aparta

pa un laun y a das murcelas

pa otru e le eitan o pimenton

picanti y o dulcil. Se pican os

allos y seguiyã to yũntu y

cuandu esta guyãu se fan os

chorizos y as murcelas y logu se

corgan en otechu y se saca o jamon

y se reboza en sal gorda y o

tuiziñu y a marrano ta men se reboza

en sal. Y asi se fai a matanza mañega.

 
 
Salida del Pueblo, cruzando el puente
del río de Acebo.

Antigua vivienda rehabilitada junto al río.

Al fondo el Pico Jalama (1.487 metros).

Panorámica del Teso Porras (1.030 metros).

Caminando.

Alto para reagruparnos.

Cartel informativo.

Llegando a la presa de Acebo.

Presa de Acebo.

Viene de inspeccionar.

 Otra panorámica de la presa,
y al fondo la Cervigona.
 
Ascendiendo desde la presa, para coger
la senda del Puerto de Castilla Norte.

Por ella transitamos.

Panorámica del Puerto.

Reponiendo fuerzas.

Otra más.

Los menudos del grupo, que aguantan
más que los adultos.

Nuestro próximo objetivo:
él Pico Jalama al fondo.

De fondo una gran antena, en el
Cerro de la Pizarra (1.019 metros).

Antigua caseta de Guardas,
con el escudo del I.C.O.N.A.

Esperando la llegada del resto del grupo.

  En los primeros tramos del inicio
de la ascensión a Jalama.

 Panorámica de otro de los trechos.
 
Atrás queda ya la torreta de la vigilancia
de incendios.

Vista de los pueblos de Salamanca.

El tiempo estaba fresco.

Pinos que ocultan al Pozo de la Nieve.

  Pozo de la Nieve.

Algunos llegando a la cumbre.

Conseguido.

Foto del Grupo, en lo alto de Jalama.

Descanso en el descenso.

 Bosque de castaños.
 
Transitando por él.

Llegando a los centenarios castaños.

Antón junto a ellos.

Tomando una cerveza en la plaza
de San Martín de Trevejo.
 
 

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