Llegada
a Casas del Monte.
El día 11 de mayo de 2014, realizamos una bonita
ruta de montaña entre los valles del Ambroz y el Jerte y más concretamente
entre las poblaciones de Casas del Monte enclavada en el valle del Ambroz y el
Torno pueblo del Jerte. El día nos acompaño y todos disfrutamos de un entorno
maravilloso que generan las laderas de Traslasierra. Después de haber
disfrutado delo lindo todos los participantes durante la travesía, rematamos
con una comida de hermandad en el albergue del pueblo del Torno con la que
dimos por finalizada nuestra actividad. Las imágenes que más adelante les expongo
dan fe de las bonitas vistas que se aprecian desde las vertientes de esta
sierra. Pero antes de llegar a ellas, les relato en las siguientes líneas una
leyenda que hay en el pueblo del Torno sobre uno de sus vecinos, la cual cuenta
lo siguiente:
El tío picote
Año de 1809. España ardía en
guerra. Las crueldades decretadas por Murat en e12 de mayo y la valiente proclama
de don Andrés de Torrejón, alcalde de Móstoles, habían levantado el pueblo en
armas. Al santo grito de "Independencia" se transformaban los más
pacíficos en héroes.
Las huestes francesas se habían
adueñado de la Península.
El mariscal Soult, con fuertes
contingentes, ocupaba Plasencia. La bella ciudad, dominada, pero no rendida,
lloraba en su impotencia los destrozos causados en sus palacios, en sus casas y
hasta la destrucción por el incendio, de la ermita de su patrona. Si no habían
quemado la venerada imagen fue debido a que hubo la previsión de traerla a la
ciudad. Los pueblos estaban empobrecidos. Exhaustos los ejércitos libertadores.
Las bandas de guerrilleros y las tropas invasoras vivían sobre el país. Apenas
si los míseros hogareños tenían un pedazo de pan para matar el hambre.
A tres leguas de Plasencia, acostado
sobre la falda de su sierra abrupta hay un pueblecito que vive míseramente del
producto de la tierra y del ganado que ramea en la serranía.
Este pueblecito es: EL TORNO.
Es una mañana de agosto. El sol
cae como lumbre derretida sobre los yermos campos.
Trepando por el angosto y desigual
camino que atraviesa los Reales de San Polo, sudoroso y jadeante, mochila a
la espalda y fusil en la bandolera, camina un destacamento francés al mando de
su sargento.
De la torre de la iglesia parte un
alegre repique de campanas que anuncia a los fieles que va a comenzar la misa,
en la que el sacerdote elevará sus preces rogando por la paz y el triunfo de la
patria oprimida, por las víctimas inmoladas en las aras del deber.
Media hora después, el
destacamento francés llegaba al pueblo en el preciso momento en que los
religiosos aldeanos salían del templo.
No fue poca la sorpresa al
encontrarse con la desagradable visita.
Dirigiéndose al alcalde, el
sargento, con ese imperio y esa potestad que da la fuerza, le dice:
-"Exijo la entrega inmediata
de seis arrobas de vinagre. De lo contrario, incendiaré el pueblo".
-"Es imposible, porque cuanto
había en el pueblo ha sido entregado a las tropas españolas que, al mando de
Costa, han pasado por aquí".
-"Toma, para que sepas a
quién hay que entregar el vino".
Sin darle tiempo a terminar, el
insolente sargento dio un culatazo con el fusil en el pecho de la primera
autoridad.
Rugió el pueblo como un león
irritado al contemplar la cobarde agresión. Un hijo del alcalde arrojó una
piedra con tal fortuna que yendo a chocar con la boca del sargento, le tiró de
espaldas bañado en sangre.
-"¡Mueran los
franceses!"
-"¡Abajo los gabachos!"
-"iA ellos!"
-"iA ellos!"
Y se entabló una lucha feroz que
determinó en breves momentos la vergonzosa huida de los pocos que quedaron con
vida, y que todavía fueron perseguidos a pedradas largo trecho.
Aquella tarde se festejó la
victoria con gran algazara y fiesta de tamboril. Las hermosas muchachas
prodigaron sus sonrisas y amorosas miradas a los que más empuje mostraron en el
combate.
Supo Soult lo ocurrido por los que
pudieron escapar con vida y, ardiendo en cólera, dio orden expresa de no quedar
en la aldea piedra sobre piedra.
Pero las gentes del Torno no se
habían descuidado.
Suponían que el mariscal francés
no dejaría sin venganza la muerte de sus soldados, y en la casa del Ayuntamiento
se reunió el magno consejo para tratar lo que había de hacerse.
-"Tenemos que prepararnos
para la defensa, como sea".
-"No. Es mejor que vaya una
comisión a Plasencia para explicar lo sucedido".
-"Vamos a hacer un pacto,
entregando los prisioneros".
...
Dudas, vacilaciones, palabras,
hasta que del grupo de mujeres se destaca una hermosa muchacha de tez morena,
de ojos de endrina, de continente arrogante que, encarándose con todos, grita:
-"Lo que proponéis es una
cobardía. Los gabachos fusilarán a los comisionados primero y después arrasarán
el pueblo. Sabemos que hemos de morir, pero vale más que sea peleando que como
borregos. ¿Es que queréis vernos deshonradas en sus brazos? ¡Fuera! ¡Fuera! Si
tenéis miedo, quedáos atrás. Nos bastamos las mujeres para defendernos.
¡Vengan los fusiles! ¡Cobardes!"
-"¡Mueran los franceses!
¡Mueran los franceses!"
El elemento belicoso se impuso. La
guerra sin cuartel quedaba declarada.
El tío Picote, el padre de la
hembra arrogante y brava, el experto cazador de las alimañas fue el encargado
de dirigir la defensa.
Hábil y práctico en sorpresas,
consumado estratega a ultranza, dispone la defensa:
-"Vosotros, los más jóvenes,
que tenéis las piernas más ágiles, os escondéis entre los matorrales. Desde
allí se divisa el camino. Avisaréis la llegada de los franceses, procurando no
ser vistos por los invasores.
"Vosotros, los que ya habéis
servido, con las escopetas y fusiles quitados a los franceses, os colocáis
entre la maleza y los barrancales del Canalón. Por allí tienen forzosamente
que pasar los franceses.
"Todos los demás, hombres y
mujeres, con lo que tengáis: hondas, hachas, hoces, palos... Os situáis frente
a la viña del tío Pique.
"Los niños, los viejos y las
mujeres que no podéis hacer nada, a la sierra, y os lleváis los ajuares, los
víveres, y todo lo que podáis".
Apenas las luces primeras de la
aurora teñían de oro y de sangre, los cejales que cubrían los picachos de la abrupta
Sierra de Piornal, llegó uno de los vigías arrastrándose como un reptil, y
dijo:
-"Tío Picote, ya están ahí.
Están subiendo la cuesta. Son tantos que nublan el camino".
No se inmutó el jefe.
Recorrió los puestos y dio orden
de guardar silencio absoluto. Él mismo, echándose a tierra, se ocultó entre las
quebraduras de las peñas, en un lugar donde pudiera abarcar al enemigo a su
placer.
-"¡Es un batallón completo!
¡Ah, malditos gabachos, llevaréis lo vuestro!"
Sonriendo, convencido de su
triunfo, volvió puesto por puesto a dar órdenes de que nadie se moviese ni disparase
hasta que él no lo hiciera.
Todo el pueblo está en silencio.
Nada alteraba la paz y el sosiego de aquel purísimo amanecer.
Confiados los franceses trepaban
por la cuesta, muy seguros de que los torniegos no habían de atreverse a resistir
el aguerrido batallón vencedor de cien combates.
Van con el fusil a la espalda, en
animada charla.
Piensan en regalarse con el fruto
de la conquista, con el rico vino y los sabrosos jamones, con las muchachas
guapas y rollizas, la mejor presa en época de campaña.
Frente al Cachón se detuvieron los
de la avanzada y como no sintieron nada anormal, vieron las hermosas viñas y
sus jugosos racimos y se dispusieron a tomarla por asalto.
La viña fue vendimiada por la
soldadesca. Un cuarto de hora después, colocados los fusiles en pabellones, se
tendieron en el suelo para saborear con más comodidad el dulce zumo de las
vides.
Sonó de pronto una detonación.
El jefe de las fuerzas cayó muerto
de un certero balazo en la frente. Los soldados corrieron a coger sus armas,
pero de cada matorral salía un disparo que tumbaba a un hombre.
Los tiros sonaban por todas
partes.
El desconcierto entre los
soldados, que no hallaban enemigos visibles a quienes atacar y la voz de
"sálvese el que pueda", se oyó entre ellos.
Cuando se inició la desbandada
salió ebria de exterminio la retaguardia del tío Picote, haciendo en el enemigo
tan terrible carnicería que muy contados pudieron escapar monte abajo a contar
al mariscal su derrota.
Fueron recogidos cariñosamente los
heridos y cuidados con esmero por aquellas mismas mujeres que tan bizarramente
habían tomado parte en la acción y tornaron todos al pueblo, que celebró
espléndidamente su victoria. Entre tanto, Soult, en Plasencia, rugía de coraje
deseando vengarse de los osados torniegos.
Los vencedores del Torno
negociaron la entrega de prisioneros poniendo como condición que habían de ser
entregados al Corregidor de Plasencia y no al mariscal francés, y que éste
habría de dar al olvido lo pasado.
Transigió Soult por el momento
esta humillación.
El tío Picote con sus prisioneros
marchó a Plasencia sin más armas que un hacha colgada del brazo. En el
Ayuntamiento hizo entrega de ellos al Corregidor cuya autoridad no pudo evitar
que los placentinos agasajaran espléndidamente al tío Picote, que tornó a su
aldea como un conquistador.
Soult, faltando a su palabra,
mandó dos días después una división al Torno para vengar la afrenta.
Avisados los torniegos como la vez
anterior, se trasladaron a la sierra dejando el pueblo abandonado.
Al atardecer del 24 de agosto de
1809 llegó la división francesa al Torno y recogiendo el lino puesto a secar lo
emplearon como com-bustible y pegaron fuego a la aldea por varios puntos a la
vez.
Pronto una espesa humareda y las
llamas devoradoras mancharon el limpio cielo de aquel heroico pueblo.
Los torniegos que desde sus
escondites del monte, observaron el incendio, se descolgaron como gatos y ocultándose
entre los escombros llameantes y a favor de la espesa humareda se arrojaron
sobre los franceses tomando sangrienta venganza de los incendiarios.
El tío Picote reunió un pequeño
grupo de valientes.
Formó una terrible partida de
guerrilleros y siempre al acecho, en cuanto los franceses abandonaban las murallas
de Plasencia, caía sobre ellos sin darles respiro.
La valerosa muchacha, hija del
caudillo pueblerino, acompañó a su padre en sus empresas guerreras, portándose
tan bravamente como aquellas heroínas que exaltaron la epopeya de la
Independencia Nacional. Hoy son orgullo de las mujeres españolas.
El tío Picote, el comandante
Golfín, el cura Canella y otros muchos hicieron del Valle del Jerte una tumba
para las tropas francesas.
Ellos quemaron pueblos: El Torno,
Jerte, Vadillo, Tornavacas... Pero estos hombres quisieron poner precio a sus
vidas.
La autoridad no supo agradecerlo y
cuando acababa la guerra se impusieron tributos para rehacer la patria, no se
tuvo en cuenta para nada el heroísmo y la muerte colectiva de muchos pueblos.
No es extraño que varios de estos
pueblos tuvieron que decir a Fernando VII: "Mal pueden pagar tributos
pueblos que no existen".
En los archivos del Torno se
conservan algunos de los datos del incendio del pueblo por los franceses.
Lástima que el tiempo haga olvidar
hechos como éste.
Entre tanto, El Torno y toda la
región de la Alta Extremadura tendrá siempre un compromiso con sus antepasados.
Y el tío Picote será un héroe,
anónimo, pero héroe.
Y su hija será una de esas
hembras, mujeres únicas que de vez en cuando sabe producir el suelo extremeño.
Fuente: José Sendin Blázquez
Comenzamos
la ruta.
Ya
maduran las cerezas.
Los juveniles del grupo.
Y algunos con más edad.
Un viejo roble.
El Sol se eleva sobre el Camocho.
Reunión del grupo.
Ascendiendo por la ladera.
Otra más.
Y otra, con el valle del Ambroz y Casas del
Monte.
Panorámica del Ambroz.
Aquí no se terminaba de subir.
Parece que la ascensión se suaviza.
El embalse de Gabriel y Galán.
Panorámica de robles.
Otra más.
Y otra.
Desde este punto, se lanzan en parapente.
Entre helechos y robles.
Y más.
Descansando.
A trepar canchos.
Ha estas rocas se las conoce como “La Montera
del Fraile”.
El valle del Ambroz.
Camino del pueblo del Torno.
Valle del Jerte.
Cabecera del grupo.
Caballos a la sombra de los castañoss.
Refrescándonos.
Debajo
de este árbol, reposan las cenizas de la escritora Dulce Chacón.
Dedicatoria a la escritora.
Panorámica.
El pueblo del Torno, y el embalse del Jerte.
Y después de una mañana de andar y andar,
nada
mejor que una comida en armonía de grupo.
Placas originales en las calles del pueblo del
Torno.
Y otra más.
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