Llegada
del Grupo al Nogal del Barranco.
El domingo 25 de mayo de 2014, teníamos en perspectiva realizar la ruta del
espaldar de los Galayos, que consistía en salir del Nogal del Barranco, rodear
los Galayos por la parte que da al puerto del Peón, y ascender a la Mira. Pero
desafortunadamente no puedo ser, cuando llegamos a la zona de dicho espaldar,
nos encontramos con las enormes lancheras de granito muy resbaladizas debido al
agua que escurría por ellas, lo cual hacia muy peligroso el intentar cruzarlas,
por lo que decidimos que cruzaríamos en otra ocasión, cuando no exista tanto
riesgo como el que en esta ocasión había. Aún así el recorrido que hicimos
mereció la pena, y pudimos disfrutar del recio y espectacular paisaje que
forman los Galayos con el Pico de la Mira. Esto ustedes lo podrán comprobar en
la serie de imágenes que acompañan a esta entrada. Pero antes de esto, quiero
relatarle una bonita leyenda sobre este entorno la cual dice lo siguiente:
LEYENDA DE LOS
GALAYOS.
Por encima de la ciudad de Arenas de San Pedro, y por debajo de la hermosa
cumbre de la sierra llamada la Mira, están los Galayos. Picos altos y agudos
que se elevan a los cielos desafiando a la gravedad y a los elementos desde
hace mucho, mucho, mucho tiempo. Pero tenéis que saber que cuando Dios hizo el
mundo, estas tierras no eran así y mucho menos la sierra que no existía. Hasta
que paso lo que os voy a contar a continuación, la leyenda de los Galayos.
En los tiempos lejanos, cuando los animales hablaban y los árboles podían
caminar sobre la tierra y la sierra era una inmensa llanura, regada por los mil
ríos, de los cien colores. Vivían en un lugar de estas sierras solo dos pueblos
de hombres y mujeres, uno guardaba ganados y el otro trabajaba la tierra. El de
los pastores estaba situado al poniente cerca de la laguna esmeralda, y el de
los agricultores estaba más al oriente cerca del gran río bermejo, les separaba
un gran bosque de robles veloces. Que por ser tan rápidos nunca se les podía
cortar ni recoger las bellotas… Las gentes de estos dos pueblos sabían
aprovecharse de la abundante pesca y la abundante caza.
Por encima de estos dos pueblos se levantaba la única montaña que había en estos pagos. En esa única y gran
montaña era la casa en la que vivía Dios por eso para los dos pueblos esta
montaña era sagrada. Y a ella acudían todos al menos un día al año en romería,
para darle las gracias al buen Dios que les protegía tanto a ellos como a los ríos, montes, campos y ganados con
sus habitantes. El día de la romería
salían todos del poblado con sus mejores ropas y cargados de la mejor pesca,
caza, frutos y ganados que depositaban en una fuente que nacía en la cima de la
montaña, justo en el pico más alto. Fuente que dejaba caer sus aguas por los
profundos barrancos, precipitándose ladera abajo siguiendo las cuatro
direcciones del viento. Aquella fuente era el lugar donde nacían todos los
ríos, y en la que daban las gracias al buen Dios, a cambio Él les daba su protección contra los males
y les
aseguraban la prosperidad para sus pueblos.
Junto a la fuente sagrada que había en la cima de la montaña, crecía un
nogal viejísimo que extendía sus ramas en las cuatro direcciones del viento y
cuya copa más alta nunca se veía, por estar más alta que las propias nubes. Siendo
sus raíces tan largas y fuertes que crecían y se extendían por todo el suelo
dando vida a todos los demás árboles de los bosques de la tierra. Bosques en
los que vivían todos los animales y
todas las plantas. Por eso era justo donde se reunían los habitantes de los dos
pueblos en el mes de la cigüeña cargados con frutos también las mejores reses y
sobre todo las mejores pieles que colgaban de las ramas del gran nogal, como tributo y ofrenda al buen Dios.
Nadie se acordaba desde cuando se hacía la romería al buen Dios y tampoco
nunca se lo habían preguntado. Pues desde siempre llegado el día en el que
veían a la primera cigüeña del año picoteando en los prados al pie de la
montaña, acudían a la montaña sagrada y allí reconocían y agradecían al buen Dios
de la naturaleza la protección que estos les dispensaban. Y por eso el buen
Dios nunca se olvidaba por su parte de alejar el mal, las enfermedades, los
peligros y la escasez de los dos poblados. Y así pasaron muchos, muchísimos
años, viviendo los hombres y las mujeres felices al pie de la casa de Dios.
Hasta que un buen día algo extraño pasó
por desgracia para todos ellos. Aquel terrible día, que nunca debió de haber
visto la luz del sol, dos pescadores del poblado de los agricultores cruzaron
las tierras de los mil ríos siguieron por las de los cien colores hasta que
llegaron a la orilla del lago Negro.
Aquel lago Negro se llamaba así porque sus aguas eran del color de la noche
sin luna, e igual que la montaña del buen Dios era un lago sagrado. El lago
estaba maldito ya que en él vivía ni más ni menos que el mismísimo demonio y
también cientos de truchas de oro que solo él podía pescar. Pero los pescadores
del pueblo de los agricultores desafiando al demonio sacaron sus trasmallos y
se pusieron a pescar las truchas de oro más grandes que jamás habían visto. Y
estando ahí pescando a hurtadillas, de repente del medio del lago se les apareció el demonio con sus cuernos de
fuego… diciéndoles con voz de trueno.
-
Hay de vosotros corazones de piedra así
se os conviertan de los pies a la cabeza. Como os atrevéis a pescar en las
aguas de mi lago las truchas que solo yo puedo pescar…
Los dos pescadores se quedaron de piedra, intentaron correr pero las
piernas no les respondían del miedo que les cogió por todo el cuerpo… entonces
el demonio les dijo.
-
Si queréis pescar mis truchas de
oro, tenéis que hacer a cambio un encargo. Si no es así ahora mismo os llevo
conmigo al infierno, envueltos en llamas por toda la eternidad.
Los dos pescadores sin poder casi ni hablar, ni mirar a los ojos rojos de
fuego del demonio, asintieron con la cabeza.
-
Este año cuando veáis picotear en
vuestros prados a la primera cigüeña, tenéis que regalarme a mi vuestros frutos
en vez de al buen Dios, dejándolos a la orilla del mar de los cien colores bajo
una piedra rematada en tres picos agudos de negro cuarzo… añadiendo que si no
se los llevaría a todos consigo al infierno. Y también a sus hijos, y a los
hijos de sus hijos y a los hijos de los hijos de sus hijos por siempre…
Los dos pescadores volvieron a asentir con la cabeza, pero el demonio que
sabe mucho de la mentira y del engaño sacó unos papeles de un bolsillo y les
hizo firmar con su propia sangre unas letras que les comprometían a cumplir su
palabra… y de otro bolsillo sacó una talega mágica llena de sal que les entregó
diciendo que de dicha talega siempre tendrían la sal que necesitasen para salar
y secar la carne de las truchas de oro, ya que de otro modo no las podrían
comer ni mucho menos despellejar para curtir y después vender las escamas de
oro que tenían sus truchas… y así lo hicieron los dos agricultores, cogieron la
talega de sal y tantas truchas como pudieron cargar en sus alforjas, hasta que
llegaron a su pueblo.
Cuando llegaron todos se alegraron mucho de volver a verlos, pues aunque
ellos creyeron que solo habían tardado un día en regresar, realmente habían
tardado tres años… los que más se alegraron de volver a verlos fueron sus
hijos, padres y mujeres… Entonces los dos hombres en vez de contar lo que les
había sucedido con el demonio, mintieron y dijeron que se habían encontrado las
truchas y la talega de sal a la orilla del mar de los cien colores por gracia
del buen Dios. El cual les había dado el encargo de que fuesen a la orilla de
dicho mar de los cien colores, a darle las gracias, en vez de a lo alto de la
montaña dónde crecía en nogal y manaba la fuente como era costumbre... Todos
les creyeron y se pusieron muy contentos ya que les habían hecho ricos de la
noche a la mañana. Hasta que llegó la primera cigüeña a picotear en los verdes
prados de sus campos.
Ese día las mujeres con el dinero que habían sacado de las escamas de oro,
compraron hilos de seda teñidos con cien colores, con los que bordaron sus pañuelos
para estar más guapas y todos juntos se fueron en romería hasta llegar a la
orilla del mar de los cien colores con sus mejores galas y frutos…buscaron la
piedra con los tres picos de cuarzo negro y bajo ella depositaron sus
presentes, creyendo que eran para el buen Dios, en vez de para el diablo. Pero
de repente el cielo se cubrió de negras nubes, tronó como si fuera el fin del
mundo y de entre las olas del mar salió el demonio riendo y burlándose del buen
Dios, diciéndole.
- Mira buen Dios a tus hijos, te
han abandonado y ahora es a mí a quien rinden pleitesía como señor de todos
ellos.
Entonces todos los hombres y las mujeres del pueblo de los
agricultores aterrorizados y
arrepentidos de haber rendido culto al demonio, salieron corriendo como almas
que lleva el diablo escondiéndose entre las jaras de lo más profundo de los
bosques, temerosos de la ira del buen Dios y del mal aparo del diablo…
Tanto se asustaron y corrieron que sin querer dejaron la talega mágica de
la sal a la orilla del mar junto a la piedra de los tres picos negros. Vino una
ola y se la tragó llevándola a lo más hondo del mar, donde aún hoy en día sigue
soltando sal sin cesar, por eso y desde entonces las aguas del mar de los cien
colores que eran dulces, cristalinas y frescas como la de los manantiales, se
volvieron saladas, verdosas y tibias… a los pocos días regresaron al poblado y
decidieron subir en romería hasta la cumbre de la montaña donde vivía del buen
Dios en romería para pedirle perdón.
Pero el buen Dios que todo lo sabía y que todo lo había visto y escuchado,
enfurecido por caer en el engaño del diablo, la mentira y la codicia, les castigó convirtiéndolos a
todos según subían a su montaña en galayos o prominentes y agudas rocas que se
elevaron sobre los montes. Siendo cada uno de ellos transformado en los agudos
picos más altos que la propia montaña del buen Dios. El cual decidió desde
entonces subirse a vivir a los cielos, dónde ninguna montaña podría llegar
jamás, y así fue hasta el final de los tiempos.
Mientras los pastores del otro pueblo cogieron sus ganados y se fueron por
los valles y los tesos desde dónde siguen dando gracias al buen Dios lanzando
sus oraciones a los vientos para que estos los lleven hasta el cielo alto,
dónde sigue viviendo el buen dios. Y lejos, muy lejos del mar de los cien
colores donde sigue morando el demonio… Y así es como se formaron los Galayos.
Y si yo lo sé es porque esto ocurrió en los tiempos, en los que los animales
hablaban y los árboles andaban y brincaban como los ciervos en el soto.
El Sol
comienza a calentar los bosques y cumbres.
¡Y oírme bien lo que os digo…..!
Que esto no es
un aquelarre,
aunque estemos en presencia del macho cabrío.
Panorámica.
Comenzamos nuestra ascensión.
A la izquierda de la imagen la Mira.
Y a la derecha de esta, parte de los Galayos.
Panorámica.
Otra más.
El Espaldar de los Galayos.
La
pedrera la veíamos complicada.
Pero si queríamos hacer la ruta había que
pasarla.
A este le daba lo mismo.
Panorámica de las paredes de la Mira.
Otra más.
Y
otra.
Profundas caídas se abrían a nuestros pies.
Las
grandes lanchas de granito estaban muy resbaladizas,
por lo tanto mucho peligro
de despeñarse.
Otro profundo tajo.
Y otra de la Mira.
Después de ver y comprobar que en estas circunstancias
era inviable el cruzar las enormes formaciones de granito,
tuvimos que volver
sobre nuestros pasos.
¡Pero qué coño!
Encontramos una canal que
decidimos bajarla.
Aquí estábamos sopesándolo.
Esto es lo que se veía desde la dichosa canal.
Y esta era la vista que se apreciaba
al terminar
de descenderla.
Otra
panorámica más.
Recogiendo
los bártulos.
Dejando atrás la imponente mole de granito.
¡Aúpa
Atlético de Madrid!
El compañero Paco que está hecho un gran sufridor.
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